Jeanneth Ruilova comercia queso de leche. Lleva media vida haciéndolo. Prefiere no echarle mucha azúcar para que no empalague.

“Solo nos sacaran muertos”

El interior de sus carros hace de bodega; los maleteros, de valla publicitaria

El interior de sus carros hace de bodega; los maleteros, de valla publicitaria. De ellos penden los carteles donde promocionan sus productos desde un costado de la carretera: cinco panes ambateños o siete normales por un dólar, porciones de queso de leche a dos, lácteos con un 20 o 30 por ciento de descuento respecto a algunos supermercados...

En menos de una hora, hasta veinticinco conductores activan las luces de emergencia y hacen un alto de regreso a sus hogares para adquirir los desayunos de mañana. A pesar de los operativos promovidos por el Municipio de Daule, todos los días del año, de 17:00 a 00:00, ocho vendedores informales se colocan en la vía de acceso a La Joya y Villa Club para ganar un poco de plata con la que afrontar sus “deudas y gastos”. Cada uno se sitúa a treinta metros del siguiente vehículo a fin de no perjudicar a sus compañeros.

“Este es nuestro sustento. Únicamente ganamos un poco de dinero para las cosas básicas. Una no viene aquí por hobby, sino por necesidad, porque la situación económica está bien dura. Solo nos sacarán muertos”, resalta a EXPRESO Ruth Orejuela, presidenta de los comerciantes y madre de tres hijos. Dos de ellos le ayudan en su puesto improvisado.

Todos están “cansados” de las disputas con los policías municipales, que según ellos les han interpuesto sanciones de tránsito por estacionar “en zona prohibida” y “a menudo” les retiran “las fundas” apiladas fuera de los autos.

Por eso Ruth, de 39 años y residente en la ciudadela Sauces 6 de Guayaquil, presentó un proyecto al Cabildo el pasado 30 de octubre para regularizar la situación del grupo y contar con unos quioscos móviles. Eso sí, a cambio de pagar los debidos impuestos. “Nos piden que vayamos a La Aurora, cuando ya tenemos nuestra clientela acá”, destaca enojada.

Desde entonces no han recibido noticias del Cabildo, pero los presuntos “atropellos” han cesado. Y han mantenido algunos desencuentros con nuevos vendedores, que llegan “tarde” y se ponen al lado de otros: “La calle no es mía. Aunque, por respeto, podrían colocarse más adelante”.

Jeanneth Ruilova, de 42 años, vive en la ciudadela Platino de La Joya y tiene siete hijos menores de edad. Así que debe multiplicarse para cubrir las necesidades de los suyos.

De 05:00 a 07:00 conduce “una busetita” con estudiantes; luego compra la materia prima para su queso de leche, que prepara durante un par de horas; vuelve a las rutas escolares por la tarde; hace algunas entregas a domicilio; y sale a la carretera, mientras su esposo maneja un taxi.

“Algunos días no vendo nada. Otros gano para pagar la comida. Depende de que los municipales nos dejen laborar”, apunta con un hilo de voz tan suave como el postre que empaca para un cliente en el asiento trasero de su Chevrolet Aveo. Su secreto es no ponerle mucha azúcar para que no empalague.

Ahora, con la Navidad a la vuelta de la esquina, deberá encontrar un empleo extra si quiere dar alguna sorpresa a sus niños: “Con tantas bocas, no me queda otra”.

Su mayor aspiración es poder trabajar “dignamente”. Por eso, al igual que Ruth, peleará hasta el final. “De aquí no voy a salir. No creo que haga nada malo”, sentencia.

Gloria Ramírez decidió echarse a la vía porque nadie deseaba contratar a su esposo, de 60 años y diabético. Sus familiares serranos le envían cada día los panes ambateños que vende en las inmediaciones del mismo sector donde reside. Esa es su única fuente de ingresos. “La crisis nos aprieta bastante”, señala la mujer, que ya ha superado los 50.

Aunque prefiere parapetarse con sus fundas junto al maletero porque le da miedo asomarse a la calzada, no teme enfrentarse a aquellos agentes que han tratado de “quitarle” sus productos. Algunos, asegura, son clientes suyos cuando cuelgan los uniformes en los vestidores. “El traje les manda. Pero luego vienen acá y compran mis pancitos”, bromea.

También oferta quesos, leche y yogures, pero su sueño es tener un pequeño puesto donde promocionar la repostería típica del norte ecuatoriano. Nunca le ha avergonzado laborar delante de otros moradores. Es más, los “halagos” que recibe de sus vecinos le empujan a seguir adelante. La vida, según ella, “es para la gente luchadora, que no se deja vencer por los problemas”.

El alcalde

La respuesta llegará “en unos pocos días”

“En pocos días”, Pedro Salazar, alcalde de Daule, espera recibir el informe de los técnicos sobre el proyecto presentado por Ruth Orejuela. Así que, por el momento, prefiere no valorar la propuesta.

Pero sí recuerda que la venta informal no está permitida en La Joya. Y que, según la ordenanza municipal, esta actividad solo puede ejercerse en lugares autorizados por el Cabildo como La Aurora. “Se trata de que haya orden”, recalca a EXPRESO.

Salazar niega que los operativos sean constantes, como denuncian varias afectadas. Y no entra a analizar si las acusaciones de estas contra los agentes están fundamentadas. Se limita a subrayar que él no manda “agredir a nadie”. “Ellos hacen su trabajo. Y yo, el mío”, finiquita.

Los clientes

Seis clientes aceptan hablar con EXPRESO y trasladan su apoyo a las vendedoras. Todas las noches, Roxanna Torres y su esposo, David Véliz, compran pan a la primera. “No ensucian y sus productos son buenos. Pero lo ideal sería tener quioscos”, destaca ella.

Blanca Vélez y Giuseppe Zovein no conciben el desayuno sin el pan ambateño de Gloria, que califican de “muy fresco”. Además, sus precios les parecen competitivos. “Si no, ¿dónde compraríamos a estas horas? No generan molestias, pero sí les han molestado a ellas”, afirma la madre.

Los más golosos, como Mariola Pinoargotty y Yuri Macías, se detienen junto al carro de Jeanneth. Su queso de leche les fascina. Acaban de adquirir uno entero. “Ella es muy trabajadora”, constata Mariola.