“Educar siempre sera un acto, tanto de amor como de valor”

Se fue Lolín, así le gustaba que la llamaran. Hace unos días me preguntaban sobre su legado. Mucho o poco podría decirse, dependiendo de cómo se lo vea. Para unos fundó y dirigió el colegio homónimo durante 23 años, hasta que decidió cerrarlo. ¿Qué hizo a este colegio de señoritas diferente, para que hasta el día de hoy exista un grupo de alumnas que se autodenominan “Dolorinas”?

Para mí tiene que ver con dos cosas. La primera lo que significa ser una señorita, su poder, su impacto y trascendencia en la sociedad sin dejar de ser femenina. Una condición que enfrentó cuando fue discriminada por ser mujer y su apellido, en una época en la que como hoy se movían hilos políticos. Pero eso en lugar de intimidarla, la llevó a fundar el colegio. Segundo, su trato personalizado, duro, exigente, pero a la vez amoroso ... contaba que, luego de la ceremonia de graduación, visitaba las casas de cada una de sus alumnas graduadas y compartía con sus familias. Eran jornadas agotadoras decía, pero le dejaban inmensa satisfacción. No solo conocía a sus alumnas sino también a sus familias. Compartía con ellas un lazo invisible que se teje con un cariño sincero y transparente.

Fue una mujer de carácter y vaya que sí lo tenía, de más escuchar y menos hablar, parca pero directa. Me ayudó a tipear mi monografía sobre el cultivo de camarón, meticulosa en el detalle, si una letra estaba mal se repetía la hoja. Era la época de la máquina de escribir. Lolín conciente de mi dislexia, supo explicarme cariñosamente su instrucción y en su rol de maestra cercana tipeamos juntos, estableciendo un vínculo silencioso y cómplice.

Decía que la cocina no era lo suyo pero hacía un helado de cubo, de esos que se hacen hirviendo la leche en casa.... insuperable y suspiros con el punto exacto de chiclosos. Me la imagino horas vigilando ese horno caliente con suspiros o ese cubo con hielo que gira y gira incansable. Sus postres son una lección, una lección de amor: se cocina y se ama a fuego lento, paciente y observante, sin perturbar el horno o el entorno para que quede al punto perfecto, ese era su secreto.

Creo que dos fueron los pilares que mantuvieron su esencia hasta el final: su amor y entrega por la familia y, su fe acompañada de su virgen María Auxiliadora.

Decía: “Educar siempre será un acto tanto de amor como de valor”. Profesora hasta el final, nos dejó muchas lecciones. Estas son algunas de las mías.

Daniel Valenzuela Phillips