No a la “coexistencia pacifica”

“Coexistencia pacífica” fue una expresión que definía la decisión y posición ideológica-política que asumieron los países socialistas para mantener “buenas relaciones” entre ellos y el bloque de países capitalistas a los que repudiaban. Así decían evitar una guerra nuclear entre naciones enemigas.

La frase, hoy en desuso por la nueva generación, desde que cayera el muro de Berlín (1989) y luego se derrumbara el “bloque socialista”, hasta finalmente liquidar la URSS, es desconocida. Esta expresión es la más adecuada para hacer evidente que algunos partidos, gobiernos y líderes políticos han decidido que “coexistan pacíficamente” corrupción y política. Sin embargo, uno y otro término son antitéticos, porque la corrupción destruye a la política. Además, el político ético y honesto rechaza y combate la corrupción.

Hoy llama la atención que partidos, gobernantes y líderes de algunos países que decían representar una “nueva política”, y por lo tanto su reconstitución ética, estén envueltos en continuos y vergonzosos hechos de corrupción. No se sabrá a ciencia cierta quién persigue a quién. Si los corruptos buscaron a los políticos o ellos se volvieron así. Incluso cabe pensar que en los nuevos tiempos, cuando se pretende ser novedoso y revolucionario, también hay que ser más ético, más honesto y más firme contra la corrupción.

En Brasil, el caso de Petrobras, que involucra a políticos y a líderes que decían representar el cambio, así como el de Pdvsa en Venezuela, donde hay dirigentes y gobernantes de la revolución bolivariana con acciones de corrupción, son ejemplos que ilustran este momento político de Latinoamérica.

En el país, el caso de Petroecuador señala un punto de inflexión en que los dirigentes y partidos con discurso radical son afectados por hechos de corrupción. Esto hace efectivo e importante el reencuentro entre ética y política. Solo así la degeneración será combatida. De lo contrario se dará una espuria “coexistencia pacífica” entre ellas. Por esto es oportuno aceptar que la política es “servicio a la comunidad” y no servicio al interés de enriquecimiento ilícito. De ahí que es preciso un ¡no a la “coexistencia pacífica” entre corrupción y política! Este es un acto de catarsis y corrección, necesario e imprescindible. La política lo requiere y la ciudadanía lo exige.