Un jubilado argentino ( 2 )

Continúa el jubilado anónimo: “Demuestren que son dignos de la confianza que les hemos depositado. Y si no lo hacen, se encontrarán con sus padres en las calles. Se les tendría que caer la cara de vergüenza.

Somos una generación de luchadores. No van a poder callarnos la boca. Sería tremendo que tengamos que ser nosotros, de nuevo, los que tengamos que tomar al toro por los cuernos.

Demuestren todos, con hechos, que miran por este colectivo de jubilados y déjennos vivir dignamente, a estas alturas de la vida.

Si vos sos jubilado, difundilo. Y si no lo sos, hacelo por los jubilados de tu familia y por vos, futuro jubilado”.

La carta abierta, como se debe apreciar, podría estar escrita por un jubilado de cualquiera de los países de nuestra América. La mala política es una plaga continental y mundial. Lo peor de todo es que, en muchos casos, se ha pretendido disfrazar esa manipulación de los altos intereses nacionales como revolucionaria.

Ojalá lo que me pareció oportuno compartir con ustedes, queridos lectores, aliente a los jubilados ecuatorianos a hacer presencia sobre una institucionalidad que ahora parece “crónica de una muerte anunciada”. Me refiero, como se entenderá fácilmente, al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social. Y me permito el señalamiento porque se trata de una estructura privada, a la que no ha dejado de meterle la mano cada gobierno al que se lo hemos permitido, y que toca hoy defender con todo lo que podamos. Los que como yo, que nunca habíamos requerido de sus servicios pero, hoy lo hacemos, sabemos en carne propia de la importancia de sus prestaciones y lo exiguo de sus jubilaciones.

No se puede seguir tolerando que, a nuestra vista y paciencia, el asalto a sus recursos haya quedado en la impunidad, con el riesgo de que ese mal ejemplo de robos sin sanciones se convierta en estímulo para nuevos asaltos, que asaltantes sobran.

En todo caso, se espera que pronto la Contraloría nos ponga al día de la real situación del IESS y sepamos reaccionar como hace falta. Si no lo hacemos, no lloremos después “como mujer”, lo que no supimos defender como hombres.