Jovenes contra los antivacunas
El sarampión ha vuelto. Los casos informados de la enfermedad -que había prácticamente desaparecido por décadas- se han elevado en Europa y Estados Unidos, causando 110.000 muertes en todo el mundo en 2017. Los niños y niñas deliberadamente no vacunados son las principales víctimas de la epidemia y su causa primaria. El activismo antivacunas se ha intensificado desde 1998, cuando en un caso histórico de “noticias falsas”, Andrew Wakefield y sus coautores publicaron un artículo en The Lancet, una publicación médica de referencia, en que afirmaban haber encontrado un vínculo entre la vacuna del sarampión, paperas y rubéola (SPR), y el autismo. Una acuciosa investigación subsiguiente reveló que el artículo era completamente falso. Lamentablemente, para cuando The Lancet se desdijo en 2010, ya había dado nuevo impulso al movimiento antivacunas, generando creciente desconfianza de la vacuna SPR y haciendo que menos gente la aceptara. La reacción no se limitó a esa vacuna. En sitios web, blogs y redes sociales comenzaron a circular acusaciones infundadas acerca de los efectos supuestamente perniciosos de otras vacunas. Para alcanzar la inmunidad de grupo, una proporción suficientemente alta de la población debe haber sido vacunada -más del 90 % en el caso del virus del sarampión- como para interrumpir la cadena de transmisión. Así, la vacunación es más que bienestar individual: es una acción de solidaridad social. Por eso una cantidad creciente de gobiernos buscan maneras de inducir a los padres a que vacunen a sus hijos. Con miles de niños sin vacunar, incluso tras la reducción de beneficios estatales para sus padres, parece evidente que la vacunación obligatoria no bastará para recuperar y mantener la cobertura de la vacunación en el largo plazo. La clave radica en la educación, sobre todo de los jóvenes. Los programas educativos sobre los beneficios de la inmunización suelen apuntar a padres y profesionales de la salud, pero los jóvenes pueden tener un papel decisivo en revertir el fenómeno del rechazo a las vacunas. Las conversaciones sobre la toma de la vacuna para el virus del papiloma humano (VPH), la enfermedad de transmisión sexual más extendida, pueden transformarse en una importante oportunidad. Se recomienda administrar vacunas para el VPH a chicas y chicos preadolescentes, pero la tasa de inmunización global contra este virus es insuficiente para alcanzar la inmunidad de grupo debido a la resistencia de algunos padres. La adolescencia es el periodo en la vida de una persona en que se forman sus creencias y actitudes sobre temas de salud. Solo necesitan que se les dé información precisa a través de programas educacionales que vayan más allá del aula y aprovechen las historietas, herramientas de aprendizaje con juegos, redes sociales y otras tecnologías digitales. Para ser creíbles y eficientes, estas iniciativas deben ser independientes de los grupos de presión y los fabricantes de las vacunas. Dar a los jóvenes incentivos para que tomen decisiones informadas y conversen con sus padres sobre la vacuna para el VPH podría llevar a una aceptación de otras vacunas que salvan vidas. Puesto que la eficacia de los programas de inmunización es un factor clave de la salud, un cambio así sería un gran logro de la sanidad pública. En la lucha por la acción climática o, en los EE. UU. el control de las armas, los movimientos juveniles ya están cambiando mentalidades y dando forma a las agendas políticas. Es momento de movilizar a los jóvenes para que superen la resistencia a las vacunas y dejar a enfermedades como el sarampión en el pasado.