
Jose Jimenez, el tejedor que conquisto a Salma Hayek
No solo Salma Hayek ha recibido con agrado los chales elaborados por Jiménez. Él posee entre sus recuerdos una carta de agradecimiento de la reina Sofía, a quien el expresidente Rafael Correa le regaló una macana.
El ikat es parte de él. Su vida, su trabajo, su herencia. Un legado que, por cierto, cada vez tiene menos aprendices y que corre el riesgo de desaparecer.
Por eso, José Jiménez ha convertido a su familia en los sucesores de una técnica milenaria que hoy en día forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador: la del tejido de la macana, también conocida como ikat. Este término proviene del idioma malayo y su significado es atar, anudar.
De aspecto cansado pero siempre alegre, a sus 57 años, José es ahora un embajador sin título a tiempo completo. Representa a la calidad de los artesanos azuayos de la macana, de los cuales quedan solo unos 20 en el cantón Gualaceo y unos 150 más entre las poblaciones de Bullcay y Bullzhún. Pero también difunde con su arte el turismo local, pues hasta su taller, ubicado poco antes de ingresar a Gualaceo, llegan a diario decenas de personas a admirar su trabajo. Doble embajador, si se quiere.
Tal ha sido su influencia en el exterior, que incluso una de sus prendas enamoró a la actriz mexicana Salma Hayek, quien había comprado un chal por internet. Encantada con esa pieza, averiguó su procedencia: la persona que se la vendió la obtuvo en Gualaceo, un cantón de la provincia de Azuay. La había adquirido en un pequeño taller artesanal a un tal José Jiménez.
Conquistada por ese tejido, la estrella de Hollywood envió a una representante con un encargo especial: llegar hasta Gualaceo, encontrar a ese artesano y delegarle un trabajo que solo él podía hacer.
Jiménez aún recuerda esa anécdota. “Al fin lo encuentro. ¿Usted es el que elaboró el chal para Salma Hayek?”, le preguntó una mujer que llegó a su taller. Él le dijo que no sabía de qué le hablaba. Ella le mostró unas fotos de Internet y enseguida se dio cuenta de que esa prenda era creación suya. Entonces asintió.
Corría el año 2001 y ya en camino de estelarizar el filme biográfico sobre la famosa pintora mexicana Frida Khalo (1907-1954), Hayek encontró en el arte de Jiménez lo que necesitaba y le pidió que bordara para ella 12 chales, los cuales luciría en el filme. Hoy, ese es uno de los orgullos del artesano azuayo quien ansía que algún día la actriz visite su taller, como había dicho era su deseo.
Hasta tanto, quienes llegan hasta su taller encuentran a José siempre trabajando, entrelazando con sus gruesos dedos la cabuya con una agilidad sin freno. ¿Y en qué se guía usted para darle forma al tejido?, es la pregunta de cajón que se adelanta a lanzar Rocío Espinoza, algo que inquieta al grupo de 15 turistas recién llegados desde Guayaquil y Quito.
La respuesta sorprende. No tiene boceto alguno ni un patrón a seguir en dibujo o fotografía. “Todo me viene de la mente”, dice mirando a los visitantes pero sin dejar de tejer. Y es cierto, él crea en su cabeza y sus manos hacen el resto.
Se tiñe con los colores de la naturaleza
En el taller, el trabajo es compartido. En una esquina, Lourdes, la hija de José, selecciona los hilos para la urdimbre (hilo en tensión para marcar el telar), mientras Ana Ulloa, su esposa, confecciona el fleco de unos telares.
Y cuando llegan los turistas, él se convierte en guía turístico y va mostrando el paso a paso cómo se hacen los paños o macanas. Algo que llama la atención es la selección de los colores para el tejido, pues todo es natural: usa piedras (que las muele, mezcla con agua y saca un color amarillento/tierra), usa plantas; de las tunas saca las cochinillas, un insecto que deja secar y se obtiene un color en seco que si lo mezcla con agua suelta el color rojo, si le agrega limón se torna color naranja y si le pone bicarbonato se vuelve morado.