Impuestos y recesion

En economía la receta contra la recesión es el estímulo, no los impuestos. No es el estímulo fiscal de efecto limitado e insostenible, sino el estímulo a la producción para defender los ingresos, la generación de empleos, la estabilidad social, y aun al propio Gobierno, que para su sustento requiere de ingresos tributarios predecibles. Es una lección no aprendida por un gobierno empeñado en sostener un modelo colapsado de gasto público, a como dé lugar.

Se insiste por ello en subir la carga tributaria, cuando está comprobado que la erección de muros arancelarios y los tributos al consumo, a la generación de producción y a la renta son procíclicos y alimentan la depresión. Las tendencias recesivas afectan a la economía toda, pero particularmente a la generación del empleo productivo, que es el barómetro de la estabilidad social y del grado de aceptación de un gobierno. Los ecuatorianos se estresan al oír el discurso repetitivo que busca endosar la culpa de lo que está ocurriendo a un pasado que, en las circunstancias actuales la memoria colectiva parece recordar con añoranza, en vez de haberlo olvidado.

Los tributos no crean valor: lo substraen. Su efecto redistributivo, mientras más pronunciado es, más perverso termina siendo para los grupos más vulnerables. Aparte de ello, la administración de los tributos “dedicados” es ineficiente, tiende a ser corrupta y es menos productiva. La última decena de reformas tributarias, concebidas con dedicatoria, han evidenciado, por excepción, las virtudes de los tributos generales y de amplio espectro de cobertura. Tal es el caso del desempeño del IVA, impuesto que no ha cambiado la tarifa, que al inicio del actual Gobierno era dependiente en más de un 50 % de las importaciones. Hoy el giro económico interno contribuye las dos terceras partes de las recaudaciones, en fase creciente. Los esfuerzos de la administración tributaria han sido positivos y el impuesto, a pesar de los argumentos de sus detractores, es progresivo en razón de los aportes en valores absolutos (no porcentuales) del universo de contribuyentes.

El punto más lamentable de la democracia ecuatoriana, queda demostrado una vez más, es el diálogo entre quienes no quieren oír, los que prefieren callar y los que no saben qué hacer.

En economía la receta contra la recesión es el estímulo, no los impuestos. No es el estímulo fiscal de efecto limitado e insostenible, sino el estímulo a la producción para defender los ingresos, la generación de empleos, la estabilidad social, y aun al propio Gobierno, que para su sustento requiere de ingresos tributarios predecibles. Es una lección no aprendida por un gobierno empeñado en sostener un modelo colapsado de gasto público, a como dé lugar.

Se insiste por ello en subir la carga tributaria, cuando está comprobado que la erección de muros arancelarios y los tributos al consumo, a la generación de producción y a la renta son procíclicos y alimentan la depresión. Las tendencias recesivas afectan a la economía toda, pero particularmente a la generación del empleo productivo, que es el barómetro de la estabilidad social y del grado de aceptación de un gobierno. Los ecuatorianos se estresan al oír el discurso repetitivo que busca endosar la culpa de lo que está ocurriendo a un pasado que, en las circunstancias actuales la memoria colectiva parece recordar con añoranza, en vez de haberlo olvidado.

Los tributos no crean valor: lo substraen. Su efecto redistributivo, mientras más pronunciado es, más perverso termina siendo para los grupos más vulnerables. Aparte de ello, la administración de los tributos “dedicados” es ineficiente, tiende a ser corrupta y es menos productiva. La última decena de reformas tributarias, concebidas con dedicatoria, han evidenciado, por excepción, las virtudes de los tributos generales y de amplio espectro de cobertura. Tal es el caso del desempeño del IVA, impuesto que no ha cambiado la tarifa, que al inicio del actual Gobierno era dependiente en más de un 50 % de las importaciones. Hoy el giro económico interno contribuye las dos terceras partes de las recaudaciones, en fase creciente. Los esfuerzos de la administración tributaria han sido positivos y el impuesto, a pesar de los argumentos de sus detractores, es progresivo en razón de los aportes en valores absolutos (no porcentuales) del universo de contribuyentes.

El punto más lamentable de la democracia ecuatoriana, queda demostrado una vez más, es el diálogo entre quienes no quieren oír, los que prefieren callar y los que no saben qué hacer.