El fin de las ideologias

Algunos impacientes de buena fe pretenden resolver la carencia de un ideario político (bien que requiere para ser adquirido de serena meditación y estudio), recurriendo al argumento de que las ideologías han dejado de existir.

Intentando lucir pragmáticos, -en relación a la voluntad de poseer una ideología que cada vez cultivan menos ciudadanos dignos de ese calificativo-, han contribuido a generar una peligrosa especie de profecía autocumplida: partiendo de la moda dedicada a sostener que el mundo asiste al fin de las ideologías, las ideologías pierden toda importancia y en la acción política, a despecho del descrédito de los caudillos y sus aberraciones, empiezan a predominar las personas y sus temperamentos.

Por ese camino, y es el interés del presente editorial ponerlo de relieve, más allá de la incertidumbre generada por la ausencia de compromisos y definiciones vinculadas a una manera de entender y gestionar la actividad pública, se deja vía libre al predominio del pensamiento único y al incremento de indeseables polarizaciones no sostenidas con argumentos válidos, solo con emociones.

El riesgo es enorme. Las tentaciones totalitarias fructifican y determinadas maneras de pensar y sentir cobran el valor de sagradas. Desgraciadamente, no son las libertades y su plena vigencia las que adquieren esa alta condición.

Los simples, socialmente aceptados en su pragmatismo, se arriesgan a pontificar sobre la conveniencia de asumir al mercado como el factor fundamental a respetar y preservar. A partir de esa mercadolatría no es difícil concebir que quienes se sientan ajenos a esa visión traten de imponer también, deidificándola, la adoración del Estado, la estatolatría. Frente a tamaño dogmatismo la primera víctima es la búsqueda de la verdad; se plantea como un acto inútil intentarlo, siendo que no queda nada por resolver y no están los tiempos para perderlos filosofando. Son tiempos de hombres prácticos. Ellos, pueden serlo de la izquierda o de la derecha, respetuosos o no de las libertades y de los derechos humanos (o del patrimonio) de los otros, pero siempre son dueños de la verdad.

Cuando las ideologías dejan de ser herramientas de la convivencia, el peligro es que los pueblos pueden recurrir a quienes muestran casi exclusivamente una gran audacia y un paquete de ofertas.