Historia del AHG: 1988-1996

El domingo pasado describí el estado de abandono en que quedó el Archivo Histórico del Guayas (AHG) después de la renuncia de Julio Estrada Ycaza. Para que no se vuelva a repetir es necesario ampliar comentarios. Si los guayaquileños tuvieran interés por la historia jamás hubiese habido un largo período de acefalía por cerca de ocho años. Hoy ocurre algo similar, y será analizado posteriormente.

Aproximadamente en 1989, visité el AHG para revisar documentos relacionados con las actividades de producción y exportación de cacao. Necesitaba la información para un libro que escribía sobre la historia del cacao. No había director, empleadas del Banco Central se estaban haciendo cargo. Para mi sorpresa, gran parte de los documentos se encontraban embodegados. Trabajaban desde un lugar temporal, en el centro comercial Albán Borja, que había sido propiedad de una empresa que al no poder pagar la hipoteca fue embargada y rematada por el acreedor, que a su vez transfirió la propiedad al Banco Central para disminuir el nivel de endeudamiento. Se desconocía el futuro, había rumores de que se trasladaría a Quito. No me llamaba la atención. El centralismo no solo se manifestaba en las rentas, se hacía presente en todo. Para patentar derechos de propiedad había que hacerlo con abogados quiteños; cuando los empresarios tenían que hacer trámites, al no haber subsecretarías se necesitaba viajar a Quito. La biblioteca del Banco Central (BC) de Guayaquil era insignificante comparada con la de Quito. Recuerdo que visitando los archivos de Kemmerer en la universidad de Princeton, me enteré de que el BC de Quito había solicitado autorización para microfilmar todo el trabajo de Kemmerer en Ecuador. Envió a funcionarios. Años después visité el BC de Guayaquil para revisar cierta información que por falta de tiempo tuve que saltarla. Me enteré de que tenía que viajar a Quito. Lo sensato era sacar una copia de los microfilmes y enviarlas a Guayaquil. En aquellos años inicié una cruzada encaminada a tener un AHG vivo, no moribundo. Comencé protestando en la columna que en aquellos años tenía en El Telégrafo.