Hablar, actuar, y alguna vez pensar

Los extremos se juntan. La semana pasada el presidente americano anunció su política de hostigamiento contra México, que incluye prominentemente la erección de barreras arancelarias. Puso así de manifiesto su filosofía de que todos los males son el producto del libre comercio, régimen que ha permitido el robo de millones de empleos americanos.

No debieron pasar veinticuatro horas para que el mensaje halle eco de aprobación en el presidente ecuatoriano, enemigo declarado del mercado y de los principios de libertad que lo rigen.

Los vínculos comerciales entre los dos países son poderosos, con flujos que suman $580.000 millones. México es el tercer socio comercial de los Estados Unidos, y los Estados Unidos son el segundo socio comercial de México. Se estima que el 40 % de las exportaciones mexicanas hacia el norte tiene componentes de origen americano, lo que es evidencia de una fuerte cadena de valor.

Y no se trata solo de frijoles, tacos o aguacates. México exporta vehículos, fuselajes de aviones, componentes electrónicos, equipos médicos, petróleo, ropa confeccionada, productos farmacéuticos y, lamentablemente (aun cuando no registradas en las estadísticas), drogas y estupefacientes que, de no mediar la demanda, no aparecerían en la canasta. La cerveza más consumida en Estados Unidos es Corona (marca mexicana), y el licor de mayor incremento en el consumo es el tequila. Empresas emblemáticas como Walmart y General Motors tienen un enorme componente de sus ventas en México, y el contingente de trabajadores mexicanos afincados en Estados Unidos contribuye en más de $150.000 millones con impuestos federales. Finalmente, el desplazamiento de trabajadores americanos por causa de la afluencia de migrantes no pesa más allá del 0,2 % de la fuerza laboral y afecta a los grupos que pasaron a la obsolescencia en el camino de la automatización y de los nuevos modelos industriales.

Quienes vociferan contra el libre comercio deben antes reflexionar respecto de los empleos creados, del crecimiento generado y del beneficio para los consumidores que son arrasados por el proteccionismo. Cuando la Casa Blanca argumenta que el muro se construirá poniéndole un arancel a las importaciones desde México, ignora el hecho de que tal afirmación significa que quienes pagarán por ese esperpento son los consumidores americanos, cuyo bienestar se verá menoscabado. Deben reflexionar sobre los empleos que se pierden si la libertad de comercio es reemplazada por las guerras comerciales, que a su vez crean climas de beligerancia entre los países.

Es sorprendente que en nombre de la política se propongan torpezas de esta naturaleza. Son principios que fueron elaborados hace cinco siglos, en los albores de la disciplina de la economía, por los monjes de la Escuela de Salamanca. Son tesis que han sido refrendadas una y otra vez, al punto de poderse afirmar que la prosperidad que arrancó con la Revolución Industrial, solo ha podido ser afianzada por el libre comercio.

Bien harían quienes desdicen de la historia en informarse y aprender para actuar racionalmente. O, haciendo uso del sentido común, pensar antes que hablar y actuar.

swettf@granasa.com.ec