Guillotina moderna

El arte de la política consiste en dominar la comunicación. La antigua política se enfrascó en el control de medios. La obsesión de la nueva política es el relato. Crearlo y que se mantenga ahí. Limpio. Inmutable. Inmaculado. Si se rompe, todos caen con él. El relato no es la historia, es el símbolo que abarca todas las esferas del ser. Es la antesala del mito. El ejemplo por excelencia: Trump. Su relato es inconfundible: hombre que, riéndose de las formas, gana. Por eso su popularidad no baja cuando impide la entrada de musulmanes al país. Esa fortaleza sobre lo “políticamente correcto” va con él. Pierde puntos cuando se achica, cuando otro lo obliga a agachar su cabeza (Putin en la última cumbre), porque eso no le pasa al hombre que siempre gana, ¿no? Conclusión: a) Trump no es invulnerable y b) lo importante no es lo que hagas, sino si engrandeces o desmientes tu relato. Trump lo ejemplifica. Pero en Europa también tenemos un caso de quien se casó con su imagen. Macron. El Obama francés. Joven; por lo tanto, no corrompido por la vieja política. Alejado de las viejas formas. Un hombre auténtico, real, nuevos vientos en el Palacio del Elíseo. Contrario a la “brutalidad” defendida por sus oponentes de la extrema derecha europea (Marine Le Pen): supremacía del Estado, verticalidad de las relaciones con sus mandantes, utilización de la violencia, xenofobia, nacionalismo duro. “Para ti soy el señor presidente”. La noticia de la corrección de Macron a un estudiante que osó llamarlo “Manu”, lo crucificó. Una noticia que en otro contexto no habría llegado a titular, allá fue evidencia necesaria para iniciar una cruzada contra su honestidad. Aún más. Quien debería ser el abanderado progresista de los derechos humanos tuvo a su mano derecha, a su guardaespaldas personal, disfrazado de policía (con permiso del Gobierno), golpeando a protestantes. Y para colmo, encubierto. La prensa no se lo perdonó. La política no se lo perdonó: dos mociones de censura (destitución) en el Parlamento. La acusación: lobo disfrazado de oveja. La guillotina ya no castiga el acto, castiga la hipocresía. El mito se derrumba. Y la inmortalidad se desvanece.