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Guayaquil: La poca vergUenza de la gente que arroja basura en las calles

Cuando llegué por primera vez a Guayaquil hace trece años, he de reconocer que me llamó mucho la atención ver a tantos animales en la calle; siempre he tenido una sensibilidad especial por los animales en general y por los perros en particular, razón por la que sufría viendo tantos animales solos y descuidados.

Me sigue impactando y lo sigo llevando muy mal, pero la realidad es que cada vez existen más fundaciones, organizaciones y personas de gran corazón que trabajan incansablemente para ayudar a que este hecho sea cada vez menos frecuente.

Pero hay algo que no deja de sorprenderme y que no solo no va a mejor sino que empeora con el tiempo: la poca conciencia de la gente respecto a botar basura donde sea, lo que sea y cuando sea.

Aparentemente hay multas que van desde los $ 52,80 a los $ 260 por botar basura, pero dudo mucho de que se lleven a cabo en ningún caso.

Caminas por la calle, mientras conduces por la carretera, en cualquier situación no solo se ve basura y desperdicios por el suelo sino que eres testigo directo de cómo la gente no tiene ningún tipo de reparo en tirar el papel del helado que se acaba de comer, la botella del refresco que se ha bebido, sin pensar ni por un momento si alguien lo recogerá, sin ningún cargo de conciencia, sin ninguna preocupación.

En mi trayecto diario a mi oficina, he llegado a ver el mismo bulto de basura por semanas, por no hablar de los pobres animales atropellados que pasan días y semanas en el mismo sitio hasta que el propio asfalto los hace parte de sí mismo.

Por un lado me pregunto, ¿por qué no se recoge toda esa basura que se ve diariamente en las calles? Y por otro, no puedo dejar de darle vueltas al motivo, a la razón de origen de por qué la gente no tiene ni el más mínimo sentido de vergüenza, ni el sentimiento de responsabilidad que implica ser cuidadoso con lo que te rodea, pensar a mediano y largo plazo no solo en el aquí y el ahora y en lo que quiero en este momento sin importar las consecuencias de mis actos.

Y la respuesta no se me ocurre que sea otra que la eterna responsable de tantas y tantas cosas: La educación y, por ende, la cultura.

La educación entendida como la falta de conocimiento, la ignorancia de las consecuencias, la falta de criterio.

Y la cultura como lo aprendido de manera informal a lo largo de los años, como algo que damos por hecho porque es con lo que hemos crecido y no nos planteamos ni cuestionamos si está bien o mal, si todo el mundo lo hace ¡yo también! Yo soy uno entre un millón, ¿Qué cambiará si yo hago algo diferente? ¿Por qué lo tendría que hacer yo sino lo hace nadie más?

Estas palabras, más que una crítica pretenden ser una reflexión para que no solo nos enfoquemos en los grandes cambios que necesita el mundo para subsistir, sino que paremos un momento y pensemos en las cosas pequeñas, en el día a día que nos hace olvidar o no dar importancia a algo tan simple como cuidar nuestro entorno, que la próxima vez que veamos un papel en el piso lo recojamos aunque no sea nuestro, que la próxima vez que alguien tire algo delante de nosotros llamemos amablemente la atención para que lo recoja y sepa que no es lo correcto, y que todos esos pequeños gestos sirvan de ejemplo para que evolucionemos hacia lo que debería ser lo natural; estar rodeados de un entorno limpio y cuidado del cual todos nos podamos sentir orgullosos.

Almudena Cardenal