
Guatemala despide a las ninas del incendio
Ascienden a 36 las víctimas del siniestro en el refugio. Los celadores no permitían que apaguen el fuego, dicen parientes
Harta de su “mal comportamiento”, Mareleyn, de 15 años, mirada dulce y sonrisa tímida, decidió dejar su casa y recluirse de “forma voluntaria” en un refugio. Un juez la envió al Hogar Virgen de la Asunción, el “hogar seguro” en el que murieron calcinadas 36 adolescentes. Ella, una de las víctimas, recibe el último adiós de su familia.
Cuando María Antonia empezó a escuchar los primeros rumores de la tragedia, el cielo se le cayó encima. Pensó en su nieta. Apenas había salido el sol cuando la mujer, de 73 años y acompañada por sus dos hijas, puso rumbo al refugio. Casi con lo puesto.
La niña llevaba tres meses en el centro. Cuando tenía tres años, cuenta su tía Isabel, su madre falleció asesinada por no pagar una extorsión que le exigían a la humilde familia. Desde entonces su abuela la cuidaba, al igual que a su hermana de 12 años.
Mareleyn Patricia, una chica risueña a la que le encantaba bailar reguetón, era “rebelde”. Ella misma pidió a un juez “que ya no quería estar en la calle”, quería redimirse y cambiar su mala conducta, pues según su abuela no ayudaba en casa y no obedecía. “Era por la edad”, completa su tía.
No saben lo que pasó cuando el incendio, que supuestamente iniciaron las mismas muchachas para protestar por las agresiones físicas, sexuales y verbales que padecían de forma continuada, arrasó con más de tres decenas de vidas, mientras 19 luchan por sobrevivir.
Pero sí conocen lo que su pequeña les contó. “Fíjese que cómo nos pegan mamá. Nos tratan mal”, recuerda su abuela frente a su vivienda, donde familiares y vecinos velan los restos de la chica, en la paupérrima colonia 4 de Febrero.
María Antonia no puede comprender cómo la gente no las escuchó pedir auxilio; por qué les pegaban a los varones que intentaban socorrer a las niñas tras pasar una puerta que separaba a los dos sectores.
“Dicen que no hicieron nada (los cuidadores). Ni apagaban el fuego ni dejaban que lo apagaran. Gran gritazón que había”, narra la mujer, con la mirada perdida. Y culpa, sin temor, a los celadores y cuidadores que las habían “castigado” y encerrado bajo llave: “¿Cuántas niñas no se quemaron?”.