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Joaquín Hernández Alvarado | Réquiem por los intelectuales

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...en nuestro caso, la única figura, la última que pudiera considerarse intelectual, fue la Mario Vargas Llosa...

El verano parisino trae la novedad de dos libros sobre los intelectuales, tema que como sabemos, no figura entre las modas del presente: ‘Pourquoi les intellectuelles se trompent, de Samuel Fitoussi y ‘Aron critique de Sartre’, una edición de los artículos del autor del Ensayo sobre las libertades acerca del autor de La Nausea, a cargo de Perrine Simon-Nahum.

Que el tema de los intelectuales no figure entre las preocupaciones del presente dice mucho sobre nuestro mundo actual y de la ambigüedad, tan característica que, paradójicamente, nos identifica. Por ello, ocuparse de este libro de Fitoussi y de la edición de Simon-Nahum no es quedarse en el pasado, añorando una época que sabemos no volverá más. La preocupación de Fitoussi es, como indica el título de su libro, por qué los intelectuales se engañan. Se supone que son personas lúcidas por la reflexión sistemática que practican sobre conceptos y teorías, por su pensamiento complejo y su capacidad de expresarlo. Asociado a ello, los intelectuales tienen un liderazgo intelectual celebrado por el público, pero conferido a medias por la soledad orgullosa en la que se formaron y por la contundencia de sus afirmaciones. En ese sentido son egoístamente libres.

Fitoussi añade varias consideraciones más sobre la figura de los intelectuales: la mala fe dotada de elasticidad que les permite caer siempre sobre sus propios pies. Así a Zola no le arredró ponerse a favor de Dreyfus, el judío acusado de alta traición, contra el sentir del establecimiento francés de la época; a Sartre de pronunciarse a favor del marxismo soviético y otorgarle una carta de credibilidad teórica que los hechos desmintieron; a Aron, de cuestionar a las utopías de los marxismos que hacían delirar a los amantes de la revolución y del compromiso. Como señalé en un artículo anterior, en nuestro caso la única figura, la última que pudiera considerarse intelectual, fue la de Mario Vargas Llosa, que se metió en la arena pública y cuestionó ideas y prejuicios.

La figura del intelectual no ha desaparecido por extinción natural sino por disolución. En una época donde hay múltiples polarizaciones, donde la ideología ha sido relevada en nombre de lo útil, donde la adaptación es la estrategia de sobrevivir y donde las voces se suceden unas a otras sin importar lo que digan, los intelectuales se han quedado sin auditorio. Como el poseso de Nietzsche que clama en la plaza pública, a mediodía, la muerte de Dios a un auditorio de oyentes abúlicos.