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Las denuncias que con tanto aspaviento lanzó Ronny Aleaga, alias el Ruso, el pasado domingo, se interrumpieron abruptamente el jueves.Captura de video

El gran tetón parió un ratón

ANÁLISIS. Los testigos de la Fiscalía hablaron y Ronny Aleaga calló. Sus supuestos chats con la fiscal, de los que se jactó, son la nada

El jueves por la noche, Ronny Aleaga se olvidó de publicar su videíto. Venía haciéndolo puntualmente cada 24 horas desde el domingo anterior, pero ese día se detuvo. Probablemente se quedó colgado del YouTube, asistiendo a la transmisión de los testimonios anticipados del caso Metástasis, que se prolongaron hasta cerca de la medianoche, y no tuvo tiempo para preparar su material. O se le fueron las ganas.

Comprensible: al fin y al cabo, mucho se habló de él en ese tribunal. Entre otras cosas, se lo identificó otra vez con el Ruso (alias que él mismo admitió el domingo y volvió a desmentir el lunes) y se confirmó, esta vez con muy poco margen para la duda (si es que alguna había), su condición de soldado del narco. Tan contundente estuvo la audiencia del jueves que los esfuerzos de Aleaga de toda la semana se fueron por un caño. Hizo bien en no aparecer el jueves: habría dado risa. Más.

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Es la superioridad de los procedimientos judiciales (la formalidad que garantiza la validez de los actos jurídicos) frente a la alharaca de un prófugo que se desgañita exhibiendo supuestas pruebas que ningún juez ha calificado y que él administra a voluntad desde un paradero desconocido. 

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El peso del sistema de garantías se impone por sí mismo: de un lado, una testigo protegida como Mayra Salazar, o quien fuese, rindiendo su testimonio ante los jueces, en presencia de sus abogados y los abogados de la contraparte, quienes tendrán la oportunidad de desvirtuar sus dichos en otra etapa del juicio, según procedimientos escritos, transparentes y aceptados por todos; de otro lado, Ronny Aleaga lanzando piedras a las ventanas de la Corte. Es de un ridículo subido.

En ese ridículo, sin embargo, pretende el correísmo centrar el debate público. ¿Por qué los chats de la fiscal han de ser tomados en serio y los de Ronny Aleaga deben ser desechados? Esa es la pregunta que han venido posicionando toda esta semana el expresidente prófugo y sus guerreros digitales, los medios públicos controlados por el partido (al servicio del narco con plata de los contribuyentes) y sus intelectuales orgánicos. Por qué unos chats sí y otros no, insisten, como si se tratara de una conspiración (de la mafia mediática, dicen) para invalidar unos hechos y avalar otros. ¿En serio es necesario responder esa necedad? ¡Pero si basta con verlos!

Los chats de la Fiscalía son públicos y están disponibles en su integridad en internet. Cualquier ciudadano interesado tiene acceso al PDF completo de la pericia, en el que cada mensaje está identificado con su código, el nombre del usuario, los números de teléfono del destinatario y remitente, la fecha y la hora de su emisión… Los de Aleaga, en cambio, que él despacha por pedazos de acuerdo con sus intereses, son un juego del Photoshop, palabras tecleadas sobre el dibujo de una pantalla de celular, mensajes de los que ignoramos todo (su fecha, su origen, su contexto…) y que bien pueden estar mezclados y editados a voluntad. Porque una cosa es una pericia solicitada por un juez de garantías sobre un teléfono sometido a cadena de custodia, validada como prueba y objetable por cualquiera de las partes, y otra, muy distinta, un supuesto contrato de un particular con una compañía privada de ciberseguridad y espionaje electrónico para desencriptar el contenido de un teléfono que quién sabe por dónde anduvo.

Mensajes difíciles de entender, a veces ininteligibles; mensajes que adquieren significado por la interpretación que Ronny Aleaga quiere darles, cuando no por las inflexiones intrigantes de la voz femenina en off que los lee y que recuerda a las insidiosas locuciones de las cadenas de Fernando Alvarado; mensajes, en fin, más que inciertos, los supuestos chats de la fiscal con el Ruso no sirven para nada. Incluso en el improbable caso de que sean reales y textuales podrían significar cualquier otra cosa: podría la fiscal estar manipulando a su interlocutor, que no se caracteriza precisamente por su perspicacia, para sonsacarle información, por ejemplo; podría estar enviándole pistas falsas para engañarlo con respecto a sus verdaderas estrategias. Podría, en fin, estar jugando con él, que bien se presta. Así que más, mucho más tiene que hacer Ronny Aleaga para convencernos. 

Para empezar, ¿por qué oculta la integridad de las conversaciones y los datos de la supuesta pericia? Sería interesante, por ejemplo, saber qué cosas le dice él. Aleaga debería publicar, como hace la Fiscalía, el PDF completo, con la información precisa de cada mensaje (los números de teléfono y la identidad de sus usuarios, las fechas, las horas) para evitar suspicacias. Claro que está el espinoso asunto de la aplicación utilizada para los supuestos chats, Confide, de la que han dicho los expertos que desvanece los contenidos en cuanto se los lee y, por tanto, no dejan los rastros que pretende Aleaga. El caso es que no existe una razón, ni una sola, por la que el país debería tomarse en serio estas denuncias. Esos contenidos no merecen reproducirse, menos analizarse o discutirse.

Se trata, es evidente, de una operación de propaganda con dos palabras claves: la palabra “periciado”, que Aleaga no se cansa de repetir para embaucar a los incautos, y la palabra “íntima”, que pronunció el primer día, para despertar el morbo de la audiencia y ganar su atención. Que sus conversaciones con la fiscal fueron “íntimas”, dijo. Al día siguiente aportó, como prueba, una foto de ella brindando con champán. Algún tuitero con buen sentido del humor apuntó que si esa foto era íntima, la de la piscina de los tetones no podía ser sino orgiástica. El caso es que en torno a la idea de la intimidad gira toda esta campaña que el Ruso arrancó el domingo e interrumpió abruptamente el jueves, día de las audiencias del caso Metástasis. Hay que decir que, aun desde la perspectiva del morbo de una audiencia ávida de telenovelas, la cosa ha sido, hasta el momento, decepcionante. Así que eso: la montaña parió un ratón, como dice el epigrama de Horacio.

Hasta el momento, la pretensión del correísmo de poner los chats del Ruso al mismo nivel que las pruebas periciadas, calificadas y judicialmente garantizadas de la Fiscalía, ha logrado engatusar a muy poca gente: a los iletrados correístas, claro, el trolerío y la fanaticada, que son los más y piensan lo que se les dice (Luisa González, por ejemplo); a los más o menos letrados, que a lo mejor no lo piensan pero lo repiten porque medran de ello (los orlandos pérez que en el mundo han sido) y a un nada despreciable segmento de la población que no piensa sino en sí mismo: personas cuyo único interés político consiste en mantener la equidistancia, es cuestión de imagen. Gente de pocas luces y no precisamente muy intensas, a estos últimos les bastó con escuchar la palabra “íntima” para que decidieran, en un alarde de equilibrio circense del que se jactan, meter a la fiscal en la misma piscina con el Ruso cogiéndole la pierna. Y con quien haga falta. Con Guillermo Lasso y Danilo Carrera; con Rafael Correa y Jaime Nebot; con Xavier Jordán y Pablo Muentes; con Anderson Boscán y Carlos Vera; con Lenín Moreno y Daniel Noboa. Todos a la misma piscina y Diana Salazar con ellos, con los que está llevando a tribunales y con los que no, da lo mismo, porque ser equidistante vende y le ahorra a uno tener que pensar en ciertas cosas.

En quiénes son los verdaderos mafiosos, por ejemplo, para qué complicarse la vida tratando de dilucidarlo cuando resulta tan fácil decidir que lo son todos. Resulta que, para el proyecto mafioso, el trolerío y la fanaticada son importantes; los intelectuales orgánicos son importantes; pero estos, los equidistantes, estos son los verdaderamente imprescindibles. Para ellos (y ellas) se hicieron los videos del Ruso.

Correa no comprende

Incriminado por un testigo de la Fiscalía de haber mantenido conversaciones telefónicas con el narcotraficante Leandro Norero sobre la liberación de Jorge Glas, que este costeó, Rafael Correa dijo que no había pruebas. El expresidente prófugo no entiende la lógica del proceso: el testimonio de Marcelo Lasso, compañero de prisión de Norero, no necesita pruebas porque es, en sí mismo, una prueba. ¿Concluyente? No. Pero es una prueba. Este juicio recién empieza.

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