Gracias a los que denunciaron

Denunciar por denunciar, por disfrutar de un minuto en la televisión, es tan aberrante como los males que, aparentemente, se desea combatir pero, hacerlo con firmeza cuando se tiene conocimiento pleno de un hecho perjudicial al interés nacional, no solo resulta sano sino obligatorio.

Y ese es el rol que han venido cumpliendo los medios de comunicación colectiva del Ecuador y determinados ciudadanos que conociendo actos de corrupción no quisieron convertirse en cómplices de ellos y, a todo riesgo, los hicieron públicos.

Ahora, que desde el propio Gobierno se admite que se sabía que no eran infundios de la prensa corrupta o de los “sufridores” de siempre las denuncias sobre el asalto a los fondos públicos, lo menos que podríamos hacer es agradecerles a quienes se atrevieron a defender los recursos de todos, y exigir que sus denuncias se investiguen, como dicen los candidatos en campaña, hasta las últimas consecuencias.

También, pensando en agradecimientos, igualmente se los debe otorgar a los que se atrevieron a mostrar su dedo medio a los prepotentes que se sintieron y actuaron como dueños del país y lo condujeron, para satisfacer su desquiciado ego, al despilfarro de una de las mayores oportunidades de la historia para avanzar por senderos de libertad y progreso.

No se trata de poner, a esta hora, el retrovisor. A su tiempo dijimos lo que creímos oportuno y necesario decir. Mal haríamos en aparecer ahora como críticos cuando fuimos silentes y tolerantes por comodidad, lucro personal o miedo, con un pasado que todavía no hemos superado.

De lo que se trata es de darle al manejo escrupuloso de los bienes públicos y al de las formas republicanas de gobernar, la categoría de patrimonio ecuatoriano irrenunciable. Y por ello, toda manifestación de rebeldía que a su tiempo el temor hizo que dejásemos de apreciar en su honda significación, debe de ser reivindicada y aplaudida, de modo que convertida en idiosincrática, desestimule las omnipresentes tentaciones totalitarias que siempre genera el manejo del poder y más cuando se corrompe con la perversión del enriquecimiento rápido.