Garantizar el futuro
Respondiendo a un clamor nacional, expresado de múltiples maneras y también en las calles de las ciudades ecuatorianas, el CNE acaba de oficializar la segunda vuelta electoral. El hecho coincide con un previo pronunciamiento presidencial que cabe reseñar, cuando algunos conocedores de los procedimientos electorales han hecho pública su discrepancia con el ahora adoptado.
Aunque un pragmatismo exacerbado promueve el desprecio de las formas, una vez satisfechas las inquietudes que se consideraron de fondo -la ratificación de la segunda vuelta electoral en el presente caso- convendría que las autoridades pertinentes aclaren debidamente una situación que, dadas las circunstancias recién vividas, pareciera no estar suficientemente entendida y debe ser perfectamente asimilada a efectos del mejor cumplimiento de dicha segunda vuelta electoral.
Sin duda, lo acontecido refleja la decreciente calidad democrática institucional, que en cuanto al comportamiento ciudadano, este acaba de evidenciar un notable crecimiento que refleja la madurez cívica que ha ido alcanzando el electorado.
Toca ahora, con renovado civismo, llegar al 2 abril plenamente seguros de haber asumido la magnitud de lo que está en juego y responder al desafío en función del más sentido patriotismo.
Superando las tensiones ideológicas, en la escasa población que puede sentir tenerlas, la presente es la hora del Ecuador. Está por definirse el rumbo que seguirá la República y no hay más que dos alternativas: o se continúa por la senda de estos diez años o se busca una renovación del quehacer político que impida, hay que tenerlo presente, una vuelta a lo que dio lugar a lo actual.
Por ello, cabe aspirar a un profundo cambio que garantice la recuperación del Estado de derecho, que supere las manifestaciones autoritarias y restablezca las libertades y se proponga manejar el poder al servicio de todos, especialmente de los que más necesitan de la protección del Estado.
Para ello se requiere un presidente con talante democrático y sin sombras de corrupción en su tránsito vital, que garantice la convocatoria del mejor equipo de ecuatorianos, atendiendo a sus capacidades antes que a su filiación política.
Se requiere en fin, un gobierno que no propugne el odio como su programa de acción y garantice la unidad nacional.