Ganaron los buenos

La despenalización del aborto es un tema muy delicado y tiene varias aristas. No se trata solamente de la confrontación entre dos posiciones, la que está de acuerdo con él y la que se opone, sino de un ámbito que encierra otros factores que no han sido tocados. Quienes apoyan la despenalización priorizan el irrenunciable derecho que tiene una mujer violada a no alumbrar, y quienes se oponen -ubicados en los denominados grupos pro vida- sostienen que abortar, aunque sea en esas circunstancias, significa impedir una vida que ya está formada.

En el Legislativo se observó la confluencia de convicciones enfrentadas en torno a este caso y triunfó la posición que está en contra de la despenalización.

Los ganadores argumentaron que lo primordial era el respeto a la vida de un ser en formación y se explayaron en argumentos a fin de endurecer las penas en contra de los violadores.

Quienes apoyaron la tesis de exonerar de culpabilidad a este tipo de aborto, en cambio, priorizaron el derecho de una mujer agredida y embarazada a la fuerza y sin su consentimiento, a impedir esa procreación.

Alrededor de esta situación, y como factores de indudable presión social, se han hecho presentes activistas que defienden estas causas enfrentadas. Los denominados grupos pro vida, con el casi cerrado apoyo institucional de las iglesias, han movilizado sus huestes, celebrado misas, y calificado a sus contrarios hasta de asesinos. Los propiciadores del aborto en esas circunstancias, por su lado, han difundido consignas para desacreditar a los primeros como cavernícolas y atrasados.

Se trata de un escenario en el que, debido a la dinámica de rechazo que lo caracteriza, los ganadores olvidan un aspecto fundamental del problema ¿Qué puede ocurrir con el niño producto de una violación a su madre en el proceso de su crecimiento y en la formación de su personalidad? ¿Tendrá o no influencia en el comportamiento de la madre y en la relación con su hijo, el estado psicológico y emotivo de aquella?

Hay que pensar más allá de golpearnos el pecho.