
Las fiestas clandestinas llegan a varias mansiones de Los Ceibos
Matrimonios ansiosos por compartir felicidad y brindis con sus seres queridos; quinceañeras emperifolladas como emperatrices de cuento, que sueñan con reinar por un día; adolescentes y jóvenes indomables en busca del desenfreno que la ciudad les racane
Matrimonios ansiosos por compartir felicidad y brindis con sus seres queridos; quinceañeras emperifolladas como emperatrices de cuento, que sueñan con reinar por un día; adolescentes y jóvenes indomables en busca del desenfreno que la ciudad les racanea, ahora que las discotecas pliegan horas antes de que los vampiros se recluyan en sus féretros...
Llegan dispuestos a devorar el presente a bocados, armados con parlantes, mesas de mezclas, guirnaldas, litros de alcohol, tabaco y, en ocasiones, drogas. Y salen borrachos y colocados, canturreando, vociferando improperios y armando “grandes escándalos”. En el caso de los menores de edad, casi siempre terminan desalojados por la Policía Nacional.
Hay quienes incluso anuncian las fiestas en las redes sociales para atraer a más público y cobran entre cinco y veinte dólares por entrada. Pero olvidan que la libertad de uno termina donde empieza la de los demás.
Desde hace más de un año, varios residentes de Los Ceibos alquilan sus mansiones para estas celebraciones privadas de una noche. Y lo hacen de manera “clandestina”, ya que cobran en dinero negro y se trata de inmuebles residenciales, que no poseen los permisos propios de los centros de diversión y los salones de eventos. Ya no es un fenómeno puntual, sino “un problema” que ha generado las primeras denuncias ante el Municipio de Guayaquil. Así lo confirma a EXPRESO Adolfo Klaere, presidente del comité vecinal.
Las farras tienden a prolongarse hasta altas horas de la madrugada y están originando un profundo malestar a los moradores. “Provocan mucho tráfico, ponen la música demasiado alta, aparecen botellas rotas en la calle, existe el riesgo de que ocurra una desgracia...”, comenta Klaere.
Los habitantes del sector han identificado tres puntos conflictivos, donde las casas se rentan por cantidades que oscilan entre los 800 y los 1.200 dólares. Una se ubica en la avenida José Pino de Icaza, entre las calles José Rubira Ramos y la Carlos Arroyo del Río; otra, en la avenida José Mario Morales Romero; y la última, en la misma José Rubira Ramos, pero en la confluencia de las avenidas Alfredo Hanna y José Luis Auzlandázuri. “Queremos erradicar estas prácticas”, apostilla molesto el presidente del Comité Los Ceibos.
El pasado 23 de noviembre, el colectivo presentó una queja en la Dirección de Justicia y Vigilancia, que iba dirigida tanto al alcalde, Jaime Nebot, como al responsable del área, Xavier Narváez. A esta le siguió otra una semana más tarde, en la que se añadieron las firmas y números de cédula de cinco afectados y se especificaba que los saraos son constantes.
“Una vez más, nos dirigimos a ustedes para hacer conocer que este sábado, 26 de noviembre, en el mismo domicilio -de la José Pino de Icaza o calle Cuarta- se procedió a realizar un nuevo evento, por lo que los moradores volvieron a protestar”, señala la misiva.
Pero el comité también trabaja a nivel interno. De hecho, ha enviado una circular a todos los residentes y prepara ya un reglamento para la ciudadela, que remitirá a las autoridades cuando lo haya consensuado con los vecinos. “Hay muchas viviendas desocupadas por la situación económica. Y algunos las arriendan a cualquiera. Pero Los Ceibos es una zona residencial”, sentencia Klaere.
Intervención: Sancionado con 10.000 dólares
Xavier Narváez, director municipal de Justicia y Vigilancia, detalla a EXPRESO que el Cabildo ya ha actuado en algunas viviendas de Los Ceibos a raíz de las denuncias vecinales.
“La última vez sancionamos a un propietario con 10.000 dólares. Pero aún no los ha abonado. De modo que cuando pague sus impuestos, deberá hacerlo. A partir de aquello, dejó de organizar fiestas. Y un señor dice que tiene doce hijos para justificarse, pero es un mentiroso”, resalta iracundo.
Narváez asegura que estos negocios “furtivos” han proliferado en distintos puntos de la ciudad y que, en las últimas semanas, se han evitado varios eventos importantes. El motivo de las intervenciones es simple: los dueños carecen de licencia para dicha actividad: “No vamos a ser tontos”.
Las multas, precisa Renato Coello, especialista de Control de Centros Nocturnos, pueden ascender hasta los 34.000 dólares, dependiendo de factores como la reincidencia o la masificación de la fiesta, entre otros.