Que familia somos

Cuando desde los púlpitos y ambones, los sacerdotes y pastores nos hablan de la familia, seguramente evocan a la Sagrada Familia de Nazaret. Cuando los legisladores, los funcionarios y expertos nos la nombran, seguramente se enfocan en la célula sólida e indisoluble que conforman padre, madre e hijos y que se convierte en pilar fundamental de la sociedad. Cuando los poetas y analistas la mencionan, la familia aparece como ese hogar cálido de amor que arde y vibra junta.

¿Pero es esa la familia real con la que educadores, psicólogos, terapeutas, nos encontramos, compartimos y trabajamos? La realidad nos encara y desborda, pues otro totalmente distinto es el retrato de la familia de hoy.

Mas, ¡cuidado!, no estamos contra el ideal de familia y valoramos como los que más su vigencia, así como su urgente y necesaria presencia en la generación y desarrollo de los hijos. Por supuesto que en el taller de Nazaret se construía y estructuraba el cálido entorno familiar y en el concepto jurídico se sintetiza la esencia misma de su misión, pero los nuevos tiempos nos entregan retratos distintos en los que no siempre se revelan esas características.

Muchas veces el amor ha sido sustituido por la indiferencia, la atención y entrega al otro por la indolencia. La opción del descarte, del reemplazo fácil del otro, el culto al yo, al propio cuerpo, al estatus y a la apariencia, han llevado a cada uno de sus miembros a vivir sus propias vidas, en ocasiones paralelas, en ocasiones transitando ya, caminos divergentes.

El yo se impuso al tú y desgarró al nosotros. La permisibilidad, la carencia de un modelo a seguir, hace simplemente que la familia de hoy se empine sobre prejuicios, equivocados roles y absurda sobreprotección: no formo, simplemente consiento; no normo, simplemente escucho y contemporizo; rechazo y no acepto apreciaciones o evaluaciones inconvenientes, más porque me desnudan que porque sean injustas.

La familia de hoy se vuelve contra todo aquel que ponga un alto o alerta, no se integra, no suma ni respalda al proceso formador; maltrata autoritariamente salvo excepciones.