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El factor Rouhani

Las elecciones presidenciales de Irán el 19 de mayo fueron paradójicas y potencialmente fundamentales. Comenzaron como un asunto aburrido: una probable victoria para el titular, Hassan Rouhani, que se enfrentaba a un grupo heterogéneo de conservadores experimentados o principiantes. Además, desde 1981 una presidencia de dos mandatos ha sido la característica predeterminada en la República Islámica. Así, los primeros ataques contra Rouhani se vieron como esfuerzos del líder supremo Ali Jamenei, sus aliados clericales conservadores y los Guardias Revolucionarios para debilitarlo y contenerlo en su segundo mandato. Pero la contienda se agitó cuando los conservadores se unieron alrededor de un candidato tapado, Ebrahim Raisi, jurista de línea dura, con un historial de brutalidad contra la oposición.

El hecho de que Jamenei lo hubiera nombrado para dirigir la mayor fuente de fondos religiosos en Irán ya no se vio como un empleo poco exigente, sino como un movimiento para posicionarlo como posible líder supremo en el futuro. Se creía que, de ganar Raisi, quedaría prácticamente garantizado su éxito en la eventual batalla para suceder a Jamenei, que había sido presidente cuando fue catapultado al puesto de líder supremo tras la muerte del Ayatolá Ruholá Jomeini. Jamenei supuestamente sufre de cáncer, por lo que la cuestión de la sucesión se ha vuelto acuciante, y el considerable aparato ideológico, institucional y propagandístico de los conservadores se movilizó en favor de Raisi y contra Rouhani. En respuesta, el hasta ahora cuidadoso y pragmático Rouhani lanzó la cautela al viento y abrazó abiertamente las críticas del movimiento reformista al “statu quo”. Las bases del movimiento democrático y reformista iraní (estudiantes, mujeres, artistas y una sociedad civil silenciosa pero implacable) entraron en acción y convirtieron las elecciones en un referéndum sorprendentemente acalorado sobre el futuro del país. En ambos bandos se usaron mucho las redes sociales. El paradigma reformista promueve una sociedad más abierta, un gobierno gestionado por tecnócratas competentes, poner fin al capitalismo clientelista, hacer un esfuerzo vigoroso por atraer inversión extranjera directa, menos censura, una relación más conciliatoria con la vasta y potente diáspora iraní, y una mayor igualdad para las mujeres y las minorías religiosas y étnicas marginadas. También descartan la idea de elevar los subsidios en efectivo, considerándola imprudente en los económico e inasequible en lo fiscal. De 40 millones de votantes que acudieron a las urnas, 25 millones (62,5 %) votaron por el paradigma reformista, dando una aplastante victoria a Rouhani. Al mismo tiempo, los candidatos reformistas a los ayuntamientos lograron importantes victorias en todo el país. Sin embargo, si el pasado sirve de señal, la decisiva victoria de Rouhani no significa el fin del poder conservador. Jamenei, con el apoyo de los Guardias Revolucionarios, disfruta de un poder desproporcionado.

En cualquier caso, la trayectoria futura de Irán estará determinada no solo por Rouhani y el campo conservador, sino por los acontecimientos regionales y la política que adopte el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump. En los años 80, EE. UU. no formuló su política hacia el bloque soviético sin ponderar cuidadosamente los acontecimientos políticos de allí. Sería insensato que EE. UU. formule políticas sobre Irán y Oriente Próximo sin dar la atención que se merecen a los eventos internos que ocurran en el área.