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Evo o la desmesura del poder

Recuerdo la Bolivia antes de Evo. La recorrí el 2003 por vías que parecían chaquiñanes: entrar por Villazón hacia Potosí requería riñones de acero; y de Uyuni a Oruro, aun en el 2011 que volví, era como recorrer la luna. Y en el trópico, las rutas de tren hacia Tarija producían un meneo infernal y un aire empolvado que exigía pulmones de ángel.

Vi a la Bolivia pobrísima de Tupiza o El Alto. La que perdía hasta el 82 % de sus ingresos a manos de transnacionales. La que tenía gente viviendo con 1 dólar al día. La Bolivia rural donde 1 de cada 4 casas tenía agua y 1 de cada 20 alcantarillado. Vi la Bolivia de lodo y atraso, curtida por soles inclementes y vientos de cuchilla.

Evo la cambió. Ese “indio de mierda” al que las élites odiaban “por igualado y pretencioso”, tuvo 10 años esplendorosos y el valor necesario para liquidar el injusto reparto de los ingresos por gas y petróleo. De un tajo les viró la tortilla a los buitres: 82 % para el Estado, el resto para ellos. Lo toman o lo dejan. Lo tomaron.

Sus logros no cabrían en esta columna, ni en varias. Evo hizo lo que ningún deslenguado de sus pares socialistas: ahorró. La reserva monetaria de Bolivia es la mejor de Sudamérica, 7 veces más que la de Ecuador, por ejemplo. La economía creció toda una década al 5% anual: ni EE. UU. lo logró. La pobreza absoluta la redujo el 70 %. Algún día lo extrañarán: será inevitable.

Pero el poder lo nubló. Debió irse el 2016 cuando en un referendo el pueblo le dijo no a su tercera reelección, pero él desoyó la orden y se vistió de autócrata. Los grandes líderes hacen su trabajo y se marchan; los tontos no: quieren quedarse. Y entonces se envilecen. Y lo controlan todo. Y al hacerlo, lo pervierten. Como Chávez, Ortega o Correa. Y Evo, el presidente que pudo ser magnífico y no lo fue.

El presidente que pudo y debió ser estatua, líder memorable, indio de la luz, prefirió eternizarse: un tonto jugando a ser imprescindible. Ahora se fue, derrotado en las urnas y derrocado por los militares, cortesanos del golpe. Se fue Evo: el cacique que hoy no es ni estampita, vencido por la vanidad del poder y su infinita desmesura.