Europa debe despertar

la decisión de los votantes del Reino Unido de abandonar la Unión Europea, considerando el peso económico, político y militar del RU, dejará un enorme hueco en la UE, pero no destruirá a Europa. En estos momentos no puede decirse lo mismo del RU. ¿Seguirá unido el país o lo abandonarán los escoceses e Irlanda del Norte buscará unirse a la República de Irlanda? ¿Ha sentado el “brexit” las bases del declive de una de las economías más dinámicas de la UE y el fin de Londres como uno de los centros financieros globales? La retirada del RU de la UE es un paso del que hasta ahora no había precedentes y que, sin duda, deparará muchas sorpresas desagradables. Hasta ahora, con la sola excepción de Groenlandia, la UE solo se había ampliado, por lo que nadie sabe realmente cómo se llevará a cabo el proceso del “brexit”. Una cosa es segura: incluso si se lleva a cabo de la manera más rápida imaginable, la decisión británica ha dado inicio a un largo periodo de incertidumbre política y económica y a una preocupación de Europa con sus propios asuntos, incluso si el mundo a su alrededor cambia radicalmente. Son demasiado profundas las diferencias entre los Estados clave de la unión monetaria, en especial Alemania y Francia, y entre los miembros del sur y el norte de la eurozona. Como resultado, no cabe esperar signos de fortalecimiento o un nuevo inicio de la UE. Además, la reaparición de los nacionalismos ha revivido el mito de una época dorada de Estados nacionales, étnica y políticamente homogéneos, libres de limitaciones externas e inmunes a las consecuencias negativas de la globalización. Pareciera que las palabras del expresidente François Mitterand en su último discurso ante el Parlamento Europeo (“¡Le nationalisme c’est la guerre!”) han caído en el olvido. Hoy el nacionalismo está creciendo en casi todos los países europeos y se dirige principalmente contra los extranjeros y la UE, dos objetivos que se usaron también en la campaña del “brexit”.

El reverso de la visión positiva de Europa no solamente hace caso omiso al pasado. Es también un síntoma del declive europeo (o más precisamente, occidental), al menos en términos relativos, que ha generado una profunda desconfianza en las “elites”. Europa no está sola en este respecto: en Estados Unidos, el probable nominado republicano Donald Trump saludó al “brexit” y hace uso de varios de los mismos recursos nacionalistas. No se podrá hacer retroceder la marea en ascenso del nacionalismo a menos que la idea de Europa recupere su poder visionario en positivo. Para ello será necesaria no solo una nueva narrativa europea (a cuya creación podría contribuir el propio experimento de autodestrucción del RU), sino también una UE renovada. Antes que todo, se debe dejar en claro a millones de ciudadanos europeos dónde reside el poder real de la UE: no en Bruselas ni en Estrasburgo, sino en manos de los gobiernos nacionales. Se culpa a las instituciones de la UE de todo tipo de problemas, pero al impedir que la UE los aborde, los gobiernos nacionales (impotentes para darles una respuesta eficaz por sí mismos) no han hecho más que agravarlos.

Puede que todavía haya tiempo para revertir las actuales tendencias de Occidente. No necesitamos una victoria de Trump ni de la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, para saber hacia dónde lleva el nacionalismo que subyace al voto del “brexit”.

Project Syndicate