Estrategia de Catar: esperar
Cuando el 5 de junio las potencias árabes del Golfo anunciaron la interrupción de relaciones diplomáticas con Catar por sus vínculos con el terrorismo, el mensaje fue claro: no alinearse con las políticas regionales supone un costo. Pero Catar no parece tener prisa por amoldarse. Mientras tanto, la incoherencia de la política exterior del presidente estadounidense, Donald Trump, prolonga esta fractura regional. El intento de aislar a Catar de la región no cambiará su cálculo de la situación porque el país es demasiado rico para dejarse mandonear fácilmente (cuenta con abundante suministro de gas natural que se traslada a uno de los niveles de ingreso per cápita más altos del mundo) y las restricciones comerciales y de movimiento de personas impuestas por Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Baréin y Egipto no afectarán mucho a su economía. Además puede darse el lujo de esperar a que sus vecinos se cansen por la importancia estratégica que tiene para Estados Unidos como sede de la base aérea de Al Udeid, centro operativo de avanzada de aquel país en la lucha contra Estado Islámico (ISIS). Catar logró así un estudiado equilibrio entre sus lazos con el extremismo islamista y una relación sólida con Washington. Su relación con grupos yihadistas enfurece a EE. UU., pero también le trae beneficios. Catar cree que su conexión con grupos como Hamas, los talibanes y Al Qaeda logró suavizar sus posiciones y predisponerlos mejor a la negociación. Los vecinos más grandes de Catar en el Golfo ven las cosas de otro modo, pero hasta hoy la diplomacia estadounidense había logrado mantener la paz. Ahora eso se acabó. El gobierno de Trump no ha mostrado una capacidad similar para apaciguar las tensiones regionales. Tras la ruptura diplomática, Trump fustigó a Catar en Twitter y dio a entender que la decisión de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos era mérito suyo; esto complicó la postura de Washington y obligó al Pentágono y al Departamento de Estado a adoptar un tono más neutral. Los cuatro Estados que lideran la campaña contra Catar cerraron sus fronteras y prohibieron el paso de aviones cataríes por su espacio aéreo, además de cortar lazos comerciales. Pese a que la lista de países que cortaron vínculos con Catar da una muestra impresionante de unidad, Kuwait y Omán eligieron quedar fuera. Y mientras Catar pueda mantener relaciones con Jordania y Kuwait, la campaña que se desarrolla en su contra no tendrá mucho efecto. Pero Catar tiene que tratar con cuidado a Irán, pues ambos comparten el yacimiento gasífero natural más grande del mundo (Pars Sur) en el Golfo Pérsico. Irán ofreció proveer a Catar el 40 % de su demanda de alimentos (cifra que importaba de Arabia Saudita antes del bloqueo). Cualquier futuro acercamiento de Catar a Irán debería preocupar al gobierno estadounidense, dado que la política de Trump hacia Medio Oriente gira en torno de aislar a Irán. El vacío de liderazgo dejado por EE. UU. abrió una puerta para la diplomacia regional: Kuwait está tratando de mediar en la crisis actual. Lo más probable es que el conflicto se prolongue varios meses (o años). Esto agravará la fragmentación de Medio Oriente y resaltará la ineficacia del tuitero en jefe de los EE. UU.