Si esto es democracia

La democracia ecuatoriana es una charada típica del tercermundismo que nos identifica.

El ejercicio del poder atrae a gente que en diferentes circunstancias no aprobaría un curso de matemáticas, leyes, economía, humanidades; o que no es mentalmente estable. El común denominador es el mensaje mesiánico que promete el paraíso con la desvergüenza propia de los falsos profetas, mientras el electorado, cual espectadores en un número de magia, mira embobado las artimañas del prestidigitador.

Fui perdiendo progresivamente la fe en lo que acá se concibe como sistema democrático.

Escoger entre congresos obstruccionistas y asambleas descerebradas es equivalente a discutir si el cáncer es más benigno, o no, que el sida.

Ver cómo transcurre el tiempo, y eventualmente pasan los siglos, y tener que aceptar que la política ecuatoriana es ajena a las leyes de la evolución es cumplir una pena de solitario aburrimiento.

Votar por un grupo de diputados luego de escoger entre una papeleta de metro y medio de largo, poblada con miles de caras desconocidas, me permite concluir que el sistema está diseñado para engañar.

Más aún, cuando luego de ejercer el sufragio resulta que mi voto es descalificado junto con los legisladores defenestrados en el acto de expoliación y violación institucional más grave que se haya dado en nombre de la democracia, me hace pensar que el arte del golpe de Estado sí ha evolucionado en los albores del siglo XXI. Si, a partir de esa conjura, se “aprueba” un nuevo régimen constitucional que adopta el plan de gobierno como el fundamento jurídico de la República, sé que hemos arribado a las puertas del comunismo contemporáneo, y en consecuencia a la negación de la libertad.

Finalmente, cuando en el devenir de un gobierno esa misma Constitución es violada rábidamente por sus propios mentores, debo colegir que la fase final de aquel comunismo no es, como lo estableció Marx, la disolución del Estado, sino el pabellón de enfermedades siquiátricas de la mente y del espíritu.

¿Es que la magia hará que los muertos, los extranjeros y los ausentes voten por la candidatura oficial? La tentación es grande pues la legitimidad no la dan los votos, sino que dependen de la voluntad y el discurso del poder. Con fórmulas matemáticas espurias hay sufragios que pesan hasta cinco veces más que los de los meros mortales, permitiendo así proclamar que lo que la legislatura aprueba es la voluntad popular.

¡Bazofia! Lo que se expresa es la voluntad de mentes que conciben el país a su imagen y semejanza, con el concurso de testaferros cuyo mensaje cacofónico es de más impuestos, más centralismo, más regulaciones, y menos libertad.

Es un principio inviolable de que para que exista credibilidad en las instituciones, estas deben existir previamente. Pues bien, si alguna vez existieron, dejaron de serlo. El tumulto del pasado, confuso y caótico, era preferible a la subordinación del presente. La voluntad popular es una utopía, y la libertad un objetivo inalcanzable.

Seguiremos entonces en un estado de catalepsia, permaneciendo en la penumbra propagada por el discurso oficial y por las nuevas promesas de campaña.

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