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Estadias en Caracas

Julio Jaramillo hizo de Venezuela su segunda patria, pues en cada ocasión que regresaba a Caracas lo hacía cansado y allí se reanimaba para principiar una nueva gira en otro país.

Éxitos. Julio Jaramillo gozó de alta popularidad en Venezuela, donde actuaba en distintas emisoras de radio y televisión

Julio Jaramillo hizo de Venezuela su segunda patria, pues en cada ocasión que regresaba a Caracas lo hacía cansado y allí se reanimaba para principiar una nueva gira en otro país.

Cuando quería era un trabajador a tiempo completo, tenía una memoria admirable y memorizaba la letra y música de cualquier canción. Lo que no sabía es que con el género de vida que se daba no le iba a durar mucho la voz. En efecto, concurría a las grabadoras con una botella de brandy o de wisky y dos cajetillas de cigarrillos, cantaba doce horas seguidas y se despedía fresquito; pero a la larga pagó un altísimo precio por esta clase de derroches. Cuando le entraba el iñan bebía como un descosido, pues ya estaba dentro del vicio del alcohol.

En Venezuela gozó de fama y ganó mucho dinero que se le iba enseguida. Un amigo recuerda que J.J. vio en una vitrina de la joyería La Española un reloj muy fino y lo adquirió en dos mil bolívares, pero lo extravió a los ocho días. En otra ocasión, una cadena de oro le duró solo dos semanas.

Cuando perdía un carro no se tomaba el trabajo de denunciar el hecho en una comisaría sino que compraba otro enseguida, pues era lo que se dice un sujeto repentista que solo vivía el presente, sin preocuparse de nada más.

Con Evelio Álvarez realizó múltiples grabaciones solo o acompañado, pues en alguna ocasión lo hizo con Olimpo Cárdenas, con quien se había reconciliado, y en otra con el inquieto anacobero Daniel Santos a quien admiraba. Como J. J. era muy afinado, tenía una vocalización perfecta y trabajaba a conciencia, cuando terminaba una grabación solía decir “Salió caliente” lo que equivalía a salió bien, pues consideraba que el producto estaba óptimo y no se requería repetirlo.

Al principio vivió en las Residencias Taormina del barrio de las Acacias, edificio moderno donde tuvo su departamento de soltero, por las noches paraba en la esquina de los artistas, situada en el centro de la urbe, avenida de los Cipreses y Vicente Lecuna. Al sitio llegaban a proponerle presentaciones y grabaciones, cobraba cuatro mil dólares por un elepé y dos mil dólares por un sencillo y como nunca fue artista exclusivo de ninguna disquera solía decir: “Que ellos se vuelvan ricos, pero a mí me pagan lo mío y fuera”. Su mánager era el colombiano Oyala Rodríguez; y su mejor amigo, el quiteño Hugo Cobos.

Fue una época feliz y hasta cierto punto tranquila, se presentaba esporádicamente en ‘The Garaje’, ubicada en Cacaito, cuyo dueño era el pianista ecuatoriano Oswaldo Manzano. También cantaba en distintas emisoras, hasta que fue artista exclusivo de Radio Rumbos y Venevisión donde promocionó la telenovela La Panadera.

Casó con una menor de edad llamada Graciela (su cuarto matrimonio), pero también tuvo hijos con otras mujeres de las que únicamente se recuerda sus nombres: María Luisa y Teresa. A todos les ponía el nombre de Julio, a los propios como primer nombre y a los que recogía de sus mujeres como segundo y fue generoso mientras se acordaba de ellos. Pero como viajaba mucho los olvidaba pronto; sin embargo, a la par siempre tuvo un lado bueno y todo lo hacía naturalmente, sin malicia, porque nunca dejó de ser el mismo muchacho de barrio, sencillo y humano, que en noches de licor gastaba su dinero en amigos, quienes veían en él al amigo artista campechano, afable y de fama.

En 1966 estuvo nuevamente en Guayaquil por corto tiempo, pero tuvo que salir por varios motivos, uno de ellos, los juicios por alimentos debidos a sus hijos (dejó veintisiete reconocidos). A mediados del 68 volvió por pocos días para visitar a su madre, pero tras una borrachera con sus amigos, debió permanecer casi un mes hospitalizado a causa de una dolencia hepática.

En 1970 casó en Caracas con Luisa Navarrete (su quinto matrimonio); sin embargo el asunto duró muy pocos meses y casi enseguida contrajo nupcias con Nancy Arroyo Henao (la sexta y última), hija de padre ecuatoriano. Con ella se acompañó los últimos diecisiete años de vida que le quedaban, aunque sin serle fiel, porque esto era contrario a su naturaleza. Tras su fallecimiento, Nancy declaró con mucha candidez que le había convertido a la fe evangélica aunque doña Apolonia aseguró que su hijo Julio murió en la católica y que esto lo sabía perfectamente bien, pues él le escribía siempre, contándole todo lo que le sucedía en cualquier sitio donde estuviese.