Elogio del soportal

Un elemento arquitectónico y urbano que se destaca por su uso extendido en el área central de la ciudad de Guayaquil y de muchas ciudades de la costa ecuatoriana, como espacio acogedor y protector, y de respuesta a las condiciones climáticas, es el soportal. Este elemento surge gracias a la prolongación de la planta superior de la edificación sobre la acera y se convierte en un lugar de socialización que vincula lo público de la calle con lo privado de la casa.

Los viajeros que visitaban Guayaquil en la época colonial destacaban la posibilidad que el soportal brindaba de “... dar la vuelta a la ciudad sin mojarse ni ensuciarse el calzado” (Jean Mallet, 1816), además de la protección que proporcionaba ante el sol y la lluvia.

Hans Meyer en 1903 destacaba la utilidad de los soportales de esta manera: “Como el piso alto de la gran mayoría de las casas de dos pisos es saliente y descansa sobre vigas saledizas, hay debajo, en ambos costados de la calle, un pasadizo sombroso, donde están situadas las oficinas, los almacenes y las tiendas (“almacenes”), por donde caminan los transeúntes”.

Si bien en las disposiciones de las Leyes de Indias el soportal constaba entre los elementos arquitectónicos que debían tener las edificaciones que daban hacia la Plaza Mayor -que correspondían a los principales edificios del poder político y religioso- su extensión más allá de estos límites es algo que caracteriza a nuestras ciudades costeñas. Lamentablemente el desarrollo urbano ha determinado que en las nuevas zonas de crecimiento este elemento desaparezca.

Cierro este artículo y comparto con ustedes el breve y hermoso poema Guayaquil, del poeta quiteño Jorge Carrera Andrade (1903-1978), de su libro Boletines de mar y de tierra, publicado en 1930:

Guayaquil

Hablan del sol los portales,

las canoas de la ría

y el astillero sin nadie.

Tan solo una sombra blanca

su pregón lanza en el viento.

La luz pinta las persianas.

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