Elecciones intermedias en EE. UU.

Todas las miradas están puestas en Estados Unidos, en las elecciones legislativas de noviembre. El resultado responderá muchas preguntas inquietantes planteadas hace dos años, cuando Donald Trump ganó la presidencia. ¿Proclamará el electorado estadounidense que Trump no es aquello que EE. UU. representa? ¿Repudiará su racismo, misoginia, nativismo y proteccionismo? ¿O confirmará que su victoria no fue un accidente histórico, derivado de un proceso republicano de primarias que produjo un candidato deficiente y de un proceso demócrata de primarias que produjo la adversaria ideal para Trump? Se trata de definir la postura que el Partido Demócrata (y otros partidos similares de la izquierda en Europa) deben adoptar para obtener la mayor cantidad posible de votos. ¿Deben inclinarse hacia el centro o concentrarse en movilizar a nuevos votantes jóvenes, progresistas y entusiastas? Esta segunda opción es la mejor para obtener la victoria electoral y frenar los peligros que genera Trump. La participación electoral estadounidense es exigua, y peor en una elección no es presidencial. Muchos estadounidenses dicen que votarán porque gane quien gane, los dos partidos son prácticamente indistinguibles. Pero Trump demostró que no es verdad. Los republicanos que votaron una inmensa rebaja de impuestos para los multimillonarios y las corporaciones, así como los senadores republicanos que apoyaron la designación de Brett Kavanaugh para la Suprema Corte pese a todo, demostraron que no es verdad. Pero la apatía de los votantes también es responsabilidad de los demócratas. Deben superar una larga historia de colusión con la derecha, desde la presidencia de Bill Clinton con la rebaja del impuesto a las plusvalías (que enriqueció al 1% más rico) y la desregulación de los mercados financieros (que contribuyó a producir la Gran Recesión), hasta el rescate de bancos en 2008. En el último cuarto de siglo, a veces pareció que estaban más interesados en obtener el apoyo de los que viven de la renta del capital que de los que viven del salario. Muchos se abstienen de votar porque los demócratas no proponen ninguna alternativa real. El ansia de una clase distinta de contendiente se evidencia en el apoyo de los votantes a propuestas progresistas como el excandidato presidencial Bernie Sanders y la neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez, que hace poco derrotó en una primaria del partido a Joseph Crowley, cuarto en orden de jerarquía en el bloque demócrata en la Cámara de Representantes. Ellos lograron presentar un mensaje atractivo a los mismos votantes que los demócratas deben movilizar para ganar, buscando restaurar el acceso a una vida de clase media con empleos dignos bien remunerados, el restablecimiento de una idea de seguridad financiera y acceso a educación de calidad y a atención médica digna cualquiera sea la situación de salud previa del beneficiario; vivienda accesible y jubilación segura, al igual que una economía de mercado justa, más dinámica y competitiva, limitando los excesos del poder de mercado, la financierización y la globalización, y el fortalecimiento del poder de negociación de los trabajadores. Estos beneficios son alcanzables aún. Ni la economía de EE. UU. ni su democracia pueden permitirse no fortalecer a la clase media. Pero la política estadounidense está corrompida por el dinero, la manipulación partidista del trazado de distritos electorales y por intentos masivos de privación del derecho al voto. Las estadísticas demuestran el enorme peso del dinero en la política estadounidense. Pronto descubriremos si importa más que el dinero que ingresa a las arcas del Partido Republicano. El futuro político y económico de EE. UU., y casi con certeza la paz y la prosperidad de todo el mundo, dependen de la respuesta.