Elecciones de EE. UU. y el mundo

Evidentemente, el candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos no es la primera opción de los líderes del GOP (Grand Old Party). Incluso ahora, tan próximos a las elecciones del 8 de noviembre, son varios los republicanos destacados que se niegan a darle su apoyo, y los demócratas lo aborrecen. Ganó la nominación de su partido porque era con mucho la opción más popular entre los votantes de las primarias republicanas. Por otra parte, la demócrata Hillary Clinton es claramente una candidata del “establishment”. Aun así, para lograr la nominación de su partido tuvo que hacer frente al fuerte desafío del senador Bernie Sanders, socialista autodeclarado de inclinaciones políticas mucho más a la izquierda de ella, y cuyo mensaje resonó especialmente entre los votantes más jóvenes de las primarias. Los fenómenos de Trump y Sanders sugieren que los votantes estadounidenses no se sienten cómodos con las opciones políticas tradicionales. Ellos decidirán el resultado de las elecciones, pero no deberían olvidar que los observa un mundo preocupado y perplejo. Para los observadores externos, la gran pregunta no es quién saldrá electo, sino si EE. UU. seguirá siendo un líder global eficaz en los próximos años. A muchos países les preocupa con razón que un eventual gobierno de Trump no aprecie la complejidad de los problemas globales y desmantele imprudentemente las actuales alianzas estratégicas. Al mismo tiempo, más allá de quién gane, varias naciones temen también la inacción estadounidense. ¿Seguirá EE.UU. centrándose en el manejo cortoplacista de las crisis por prestar más atención a sus consideraciones internas? ¿O adoptará la perspectiva global que necesita el mundo interconectado de hoy? El próximo presidente de EE. UU. tendrá que idear soluciones ambiciosas para los retos de Oriente Próximo y para problemas que afectan a todo el planeta, como el cambio climático, la pobreza, las epidemias, el terrorismo, la proliferación nuclear y los conflictos regionales en casi cada continente. Puede que él o ella incluso participe en la reforma de instituciones internacionales clave, como las Naciones Unidas, que han impulsado iniciativas de gobernanza global desde la II Guerra Mundial, y se dará un orden mundial en el que los actores no estatales jueguen un papel tan prominente como los Estados nación tradicionales. También habrá grandes oportunidades de aprovechar las nuevas tecnologías para beneficio de todas las personas. Pero, al igual que la seguridad, el progreso tecnológico y económico solo es sostenible con la participación activa de actores internacionales de peso, como EE. UU., que sigue teniendo la mayor economía y el ejército más poderoso.

Los líderes mundiales que asistieron a la sesión número 71 de la Asamblea General de las Naciones Unidas tuvieron la oportunidad de familiarizarse con Trump y Clinton, así como con sus más altos asesores. Junto al presidente de mi país, Abdel Fattah el-Sisi, he conocido a ambos en persona y me atrevo a decir que los líderes extranjeros salieron de estos encuentros con una sensación de menos alarma, pero todavía de incomodidad.

EE. UU. no debe (ni puede) encapsularse en un falso aislacionismo, ni permitir que las consideraciones políticas internas empañen el prisma con el que se han de tomar las decisiones globales estratégicas. Mientras los observadores externos esperamos la elección del próximo presidente estadounidense, solo nos cabe esperar que él o ella sea un ejemplo de respeto y compasión por su país y lidere el mundo con sabiduría y valor.