La educacion de los jovenes

No es casual poner en plural el título del presente editorial. Para poder elaborar una política pública que se dedique a educar a los jóvenes es necesario concebirlos como un conjunto multiverso en donde ni siquiera la edad es un hecho compartido. La infancia para muchos niños termina antes de lo que para otros grupos socioeconómicos y también su juventud es más corta en múltiples sectores poblaciones que bien temprano tienen que enfrentar responsabilidades propias de los adultos. Igual existen jóvenes que permanecen como tales sin dar manifestaciones de querer asumir roles de personas adultas, aunque los años pasen.

Así, resulta más apegado a la realidad tener una concepción amplia de las juventudes y sus problemas, que no son los mismos ni siquiera en los distintos barrios de una misma ciudad y, por supuesto, tampoco en sus colegios ni en sus universidades.

Por lo señalado, es imprescindible darle carácter diferenciado al diseño de las actividades a cumplir para enfrentar sus polimorfas necesidades.

Un ministerio de la juventud debe por tanto, serlo de las juventudes. Obviamente existirán muchas actividades a ser planificadas y ejecutadas con ánimo de cobertura universal, sin discriminación de naturaleza alguna pero, otras deben atender peculiaridades si desean tener resultados positivos. Entre las primeras, las comunes a todo ese grupo generacional, tal cual la educación en valores. De todos modos deben considerar los sesgos regionales de modo que, por ejemplo, los hombres y mujeres que se desea poner como modelo de vida sean personajes cercanos y no solo héroes remotos, lejanos de seguir en su probablemente difícil devenir. Así, más que únicamente sustentada en modelos de vida, la educación en valores debe ser otorgada a partir de la reflexión participativa respecto a cuáles comportamientos son deseables, imprescindibles en el desarrollo de la vida cotidiana. El cultivo de la solidaridad, verbigracia, que sin duda tiene el terreno abonado pero, asimismo el cultivo de valores como libertad y autoestima, son imperativos no solo por la necesidad cívica de su cultivo, sino también como mecanismo de defensa frente a las drogadicciones y los cada vez más frecuentes estados depresivos. Por supuesto, en épocas de gran corrupción es imprescindible fomentar la honradez.