
Don Boli, el ultimo alfarero de la urbe
Bolívar Mora Gonzabay tiene 89 años y es uno de los últimos cultores de la alfarería en Guayaquil.
Lleva 70 años dedicado a este oficio. Aprendió de muy joven de un tío que, siendo vendedor, se inclinó por aprender ese oficio y hacer macetas de barro.
Desde los 12 años colaboró con él, amasando el barro húmedo con sus pies y en cualquier otra forma que fuere necesaria.
Tiene su taller en la esquina de Nicolás Augusto González y avenida del Ejército, lugar junto al que tiene su casa, donde vive con dos hijas.
En el centro del taller se levanta el horno de leña, que ya no enciende todos los días, pues su avanzada edad ya no le permite la cotidianidad en su labor. Sus manos hinchadas y el cansancio se lo imposibilitan.
De joven combinó su trabajo de alfarero con el que realizó en una conocida empresa de la ciudad en la que laboró por 32 años, lo que le permitió criar y educar a sus nueve hijos, todos profesionales.
Se jubiló y gracias a esto recibe su pensión del IESS, para solventar sus necesidades, ahora que ya no puede trabajar como antes en sus artesanías de barro.
“Hasta hace tres años trabajaba a diario y sostenía a mi clientela. Venían de muchas partes de la ciudad e incluso de otros lados. Siempre mantenía un buen stock y variedad de ollas y macetas. Ahora recibo pedidos esporádicos, especialmente de recipientes para hacer la cazuela”, comenta don Boli.
Hizo una demostración para este medio de cómo ejecuta su labor. Hace girar su máquina de madera con los pies de vez en cuando mientras va moldeando las ollas. Arriba, en la mesa, da vueltas a una pequeña plataforma sobre la que tiene una porción de barro fresco. Con sus hábiles manos moldea el material húmedo, dándole la forma que desea, sean vasijas, macetas o recipientes para cazuela.
De todos sus hijos, solo uno, Benito, se interesó por aprender su oficio, aunque no lo hace en la actualidad, ya que se desempeña como ingeniero químico, por lo cual Mora teme que su actividad muera con él. (F)