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El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador rompió relaciones con Ecuador.EFE

La diferencia entre ser tonto y hacerse el tonto

No hay justificación jurídica para el asalto de la Embajada mexicana, pero debemos tener muy claro el contexto que vivimos

Ser tonto implica ser una persona con escasa inteligencia o poca comprensión. En política podríamos decir que un presidente es tonto cuando no sabe cómo dirigir a su pueblo, cuando toma decisiones que causan daños irreversibles, cuando no entiende las necesidades de su gente. Un presidente tonto es aquel ignorante que no está capacitado para el cargo a pesar de haber sido elegido por un pueblo que se cansó de los ‘inteligentes’ de siempre.

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En cambio, hacerse el tonto es una estrategia deliberada. Un político o presidente que se hace el tonto aparenta intencionalmente ser menos inteligente o menos informado de lo que realmente es. Lo hace para conectar con la gente común, para parecer más cercano o, una vez en el gobierno, para evitar responsabilidades.

Los políticos tontos y los que se hacen los tontos a menudo son muy populares porque ser tonto en política se ha convertido en virtud y hay una mayoría de personas que tiene mucha simpatía por los que son o parecen tontos. Los creen buenas personas, les causan mucha gracia sus tonterías y los ven incapaces de causar el mal o de ser deshonestos. Por eso hay que saber diferenciar entre el tonto y el que se hace el tonto.

Nicolás Maduro y Andrés Manuel López Obrador son dos ejemplos de lo que es ser tonto y hacerse el tonto. Maduro apenas logró terminar la secundaria y nunca ingresó a la universidad. Es un completo ignorante en administración estatal y otros temas. Su único mérito es ser audaz y haber sido amigo de Hugo Chávez. A la muerte de Chávez, heredó el cargo de presidente a punta de violaciones constitucionales y a la fuerza acumuló poder. Se ha manejado a la bruta, ha empobrecido su país y le ha quitado las libertades. Sin embargo continúa en el poder porque ser tonto le ha permitido ser dictador.

Por otro lado tenemos a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), con una solida educación. No solo pasó por la universidad obteniendo sus títulos en Ciencias Políticas y Administración Pública, sino que es autor de 18 libros. AMLO empezó temprano en la política y fue escalando posiciones hasta llegar a ser jefe del Gobierno del Distrito Federal (equivalente a alcalde de Ciudad de México) y luego presidente de México con una altísima votación.

López Obrador cambió su estilo aguerrido, con ataques agresivos contra sus opositores y con un discurso de odio, por uno que lo convirtió en una especie de pueblerino amigable con mensajes agradables, pero llenos de contenido ideológico y propuestas sencillas. Se disfrazó de un Chavo del ocho que sufre los abusos de los más fuertes, pero que está lleno de ternura. Eso lo volvió confiable, dulce, casi adorable.

Es que AMLO es inteligente, pero se hace el tonto. Así mantiene su alta popularidad. Haciéndose el tonto escondió las elevadas cifras de muertes durante la pandemia; permitió la corrupción de sus hijos, ahora investigados por la Fiscalía, o de sus amigos, que no pueden justificar sus cuentas millonarias ni sus mansiones y Lamborghinis en Estados Unidos. Haciéndose el tonto, AMLO mantiene vínculos con carteles del narcotráfico que han invadido Ecuador causando cientos de muertes.

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Con ese hablar lento y cantinflesco, López Obrador logró provocar a nuestro presidente. Daniel Noboa inicialmente ‘pagó piso’ internacional frente a un zorro viejo, quien se mandó un exabrupto con toda la mala intención de llegar a lo que hoy hemos llegado: crear un incidente y conceder un asilo político ilícito a Jorge Glas. El salvoconducto fue negado de la misma forma en que Rafael Correa se lo negó a Panamá para Carlos Pérez, y Guillermo Lasso se lo negó a Argentina para María de los Ángeles Duarte.

Sin embargo, Noboa fue más allá y volvió a sorprender con su firmeza. Tomó una decisión inesperada que seguro dejó atónito a AMLO. Ordenó el ingresó de la fuerza pública a la Embajada de México en Quito y aprehendió a Jorge Glas, quien había violado su libertad condicional. El gobierno se pasó por encima todos los convenios internacionales aduciendo que en casos con sentencia ejecutoriada no cabe el asilo político, que estamos en un conflicto armado interno y quizás sospechando que Glas podía escaparse como lo hizo Duarte con la complicidad de funcionarios argentinos.

Coincido con muchos analistas serios del derecho internacional en que no hay justificación jurídica para el allanamiento de la embajada mexicana, pero debemos tener muy claro el contexto que vivimos los ecuatorianos y el pasado de impunidad de quienes van más allá del reclamo por este acto, provocado por el mismo AMLO, y que incluso piden la salida del presidente Noboa. Son los adoradores del régimen más nefasto de América Latina: Cuba. Son los narcosocialistas que se hicieron los tontos en 1981 cuando Fidel Castro, líder eterno y padre de todos ellos, dirigió personalmente el ataque a la Embajada de Ecuador en La Habana para apresar a ciudadanos cubanos que habían recibido asilo por parte de nuestro país. Ingresaron con tanques y disparando, los llevaron presos y uno de ellos fue asesinado. Los que hoy gritan, entonces callaron.

Más allá del tema legal, que tendrá que resolverse a través de diálogos, Daniel Noboa no ha permitido que nos vea la cara de tontos, alguien que se ha hecho el tonto demasiado tiempo.

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