Dialogos complejos

El gobierno vuelve a proponer un diálogo nacional, buscando encontrar salidas a la grave situación política, social y económica del país. El escenario no es el más favorable. Las últimas elecciones reflejaron debilidad de la agrupación política que respalda al presidente Lenín Moreno, a lo que habría que agregar la radicalización de pugnas con acusaciones que han descendido al plano personal entre el actual y el expresidente.

Este nuevo conversatorio no tiene las expectativas que se tenían al inicio del gobierno. Es verdad que la mayoría de ecuatorianos sigue apoyando la decisión de restaurar una real democracia y distanciarse del autoritarismo, errores y corruptelas cometidas por el anterior gobierno, evitando caer en similar tragedia como la que sufre Venezuela, pero no se advierte una ruta definida en el ámbito político o económico, que genere optimismo futuro. Esa falta de claridad en el proyecto gubernamental es el principal adversario de esperanzadores resultados del diálogo.

La pasada elección evidenció un alto fraccionamiento político, parecida dispersión se observa en los aspectos social y económico. Poco o nada ha hecho el Gobierno por impulsar una unidad en función de objetivos nacionales mediante una descentralización administrativa y una desconcentración del poder político, lo cual es fundamental en un país muy diverso como el Ecuador.

No se justifica satanizar el acuerdo con el Fondo Monetario, tampoco se ha informado condiciones de dicho acuerdo que persuadan a los ecuatorianos de que esa es una medida urgente y necesaria, ante un fisco sobreendeudado que, de no racionalizarse el uso de recursos públicos, hará naufragar la economía nacional.

Hay temas prioritarios para un diálogo, evitar abusos de poder con mayor seguridad jurídica, hacer seguimiento a los múltiples y escandalosos actos de corrupción, favorecer la creación de empleos, enfrentar la creciente inseguridad, efectuar reformas constitucionales, rescatar la seguridad social de la crisis en que está sumergida. Para todo ello, el diálogo exige abandono de ambiciones partidistas o gremiales de los tertulianos.