Descenso al abismo

Quienes somos estudiosos de los procesos de la historia y hemos vivido algunos de ellos, estamos familiarizados con los ciclos de crecimiento, poder, deterioro y destrucción de los imperios. La duración de estos es imposible de calcular con precisión, pues el ejercicio del poder se manifiesta inexpugnable. Pero, al ser estructuras carcomidas se desmoronan, literalmente, ante la vista de los testigos, quienes vemos cómo colapsan sobre sí mismas, levantando impresionantes nubes de polvo que una vez dispersas revelan los escombros.

Le sucedió al Imperio romano, más adelante a la Revolución francesa, y en nuestro tiempo a los nazis y al Imperio soviético. Hoy empieza a manifestarse en sus descendientes del socialismo del siglo XXI.

El poder económico de la Unión Soviética fue menguando por causa de las contradicciones del socialismo. Los soviéticos y sus satélites vivían de la romántica visión de la “solidaridad socialista” (hoy conocida con el eufemismo de “la patria grande”). Solamente Cuba le representaba a Rusia una erogación diaria de $500 millones en subsidios, pagos directos, preferencias, y entrega de productos (el petróleo, entre otros). Alemania Oriental fungía de ser la joya de la corona, pero quienes la visitamos pudimos contrastar las diferencias entre la pesadilla socialista y el auge del mercado, separados por un muro ignominioso. La ineficiencia podía observarse en las fundiciones de cristal de bohemia, donde los trabajadores sobrecargaban con plomo los adornos de cristal para hacer creer a los jerarcas que habían sobrepasado sus metas de producción. Un comentario de las mentes acongojadas era que “los trabajadores fingían que trabajaban, y los empleadores (el Estado) fingían que les pagaban”.

La destrucción del Imperio soviético, cuando se dio, ocurrió en menos de tres meses de 1989, aun cuando pasarían dos años más hasta que se arriase la bandera roja de la hoz y el martillo por última vez; y la Unión Soviética dejó de ser.

Pero las querencias perduran, sin embargo; hay quienes desconociendo la historia y con una necedad digna de mejor causa, insisten en las mismas prescripciones perniciosas de la represión de la libertad y del control del mercado, pretendiendo inútilmente doblegar a las leyes de la economía. Son quienes no creen en la austeridad. Los que consideran de justicia quitarle los medios al productor para apaciguar a los vagos y así sustentar su poder. Los que jamás aprendieron a diferenciar lo que es propio de lo que es ajeno. Los que confunden casualidad (precios altos de sus productos) con causalidad (hemos descubierto la nueva economía), y quienes se sienten poseídos del conocimiento y la sabiduría para normar la conducta y el destino de los pueblos. Los argentinos rechazaron la vía de los corruptos Kirchner. Fidel es hoy un montón de cenizas. Venezuela clama la intensa tragedia que vive. Los bolivianos rechazaron a Morales, quien hoy busca afanosamente birlar la voluntad del pueblo. Y los ecuatorianos se prestan a dar su veredicto.

El socialismo es un camino de una sola vía. No lleva a la prosperidad. Conduce, eso sí, a la destrucción del orden social, la ruina de la economía y la miseria de los habitantes.

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