Derrotado, gane

Lo primero, soy de Quito y tengo derecho a presentar reclamos. Es una paradoja de la vida, como que Jesús es hombre y a la vez Dios, como poner la otra mejilla al que te escupe. Pero gané, porque desde mi trinchera a través de las redes, indignado, le di duro a Rafael Correa Delgado, al hombre que vive en Bélgica que pensó recuperarnos para las consignas del Foro de Sao Paulo y quiso librarse de los juicios pendientes por malos manejos del Estado. En la afrenta se dieron muchas cosas, pasaron por nuestras narices, pateando puertas, destruyendo edificios, obstruyendo carreteras, saqueando almacenes, vejando a quien se oponía, como jamás en la historia del Ecuador se había dado, intentaron cortar el agua, la luz, pero no lo lograron. Hubo infiltrados a montones, capataces que pagaban dinero luego de constatar el destrozo logrado. Por otro lado, no me quería acordar de que el presidente también fue correísta, de que a lo mejor despilfarró dinero del Estado. Pero eso no me releva de hacer su defensa porque fue maltratado por el líder indígena Vargas. Mejor pasar de página rápido a toda esa retahíla soez de insultos que reposan en mi memoria con sentimiento malsano. Gané porque no pasó la vehemencia del correato, con su Patiño preparando al indigenado para la insurrección. Tomaron policías como rehenes, les sacaron los zapatos, les hicieron gritar consignas, cargar un féretro; atacaron a periodistas, a uno le rompieron la cabeza con una piedra lanzada... Y he ganado perdiendo, porque me han puesto en el vacío cuando he preguntado a varios amigos; cada cual tiene su versión de lo ocurrido. Acusan a unos, a otros, es en realidad algo que me permitió entender la torre del poder, la torre de Babel, ese querer llegar a sus cielos por encanto. Y gané porque entendí que no puedo ser del rebaño, que solo a Dios tengo para decirme que en política no puedo ser taimado. Suficiente es el infierno que tenemos al constatar a un país engañado. No se comprometió la Asamblea, tampoco los políticos de antaño; el alcalde estuvo soñando, la prefecta de Quito más bien fue propiciadora del desastre. Sí triunfo la Policía, que para la magnitud de daños y vejámenes no quebró su responsabilidad de ser defensora de la paz y el bienestar ciudadano.