Y sin derramar una gota

Y sin derramar una gota

En una casa aquello puede considerarse un accidente doméstico. En un restaurante, podría ser calificado como una torpeza profesional. Que esto suceda en la tercera maratón de meseros de la ciudad, provoca la descalificación del participante.

En una casa aquello puede considerarse un accidente doméstico. En un restaurante, podría ser calificado como una torpeza profesional. Que esto suceda en la tercera maratón de meseros de la ciudad, provoca la descalificación del participante.

Eso le ocurrió a Luis Merchán, el representante de uno de los restaurantes locales, quien peleaba el tercer lugar, pero justo en el momento que subía los peldaños que lo llevaban a la mesa donde terminó la carrera, se le volteó su bandeja y se derramaron los dos vasos de agua que llevaba sobre ella.

Toda una fatalidad. “A mí solo una vez se me regó una taza de café sobre la pierna de un cliente. Un error terrible en mis 10 años de carrera”, recuerda Javier Macías, mesero de la cafetería La Palma, quien formó parte del grupo de profesionales de la charola que participaron de este evento y que fue organizado por la Asociación de Profesionales de Turismo y Hotelería y el Instituto Tecnológico Superior Vicente Rocafuerte.

A lo largo de 400 metros, con los obstáculos del mobiliario y los quiebres propios del puente Zigzag, los participantes corrieron con una charola en la mano. Cada quien llevan tres botellas llenas de bebidas y los vasos de agua.

Primero lo hicieron los estudiantes de Gastronomía de dos academias, los del instituto organizador y los del Centro de Formación Artesanal Municipal Amazonas, de las calles 29 y Calicuchima.

Luego siguieron los profesionales. De un lado los representantes de la dulcería La Palma, del restaurante Una vaca sobre el tejado, Sociedad Anónima, de los hoteles Holiday Inn y Guayaquil.

Para algunos, esto de abrirse paso por los senderos angostos y zigzagueante es parte de la rutina de sus labores.

Sucede en las horas pico, cuando en los locales donde trabajan -restaurantes, cafeterías- no hay mesas desocupadas y llueven los pedidos. Es un momento intenso y requiere que nadie pierda la cordura. Si alguien deja caer la bandeja, es como si la campana sonase en medio de la misa.

“Siempre estamos al apuro, pero tratamos de no demostrarlo porque de eso también se trata la cultura del buen mesero”, dijo Roberto Llaguno, quien aspiraba a llevarse el triunfo. Tenía de su parte los 10 años en la profesión. Lo que no esperaba es que entre los competidores había un especialista en estas lides: Miguel Puebla. Un velocista con una bandeja en la mano.