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Miles de ecuatorianos (11373447)
Los ciudadanos somos los llamados a bajar la intensidad de la confrontación y fomentar la pazRodrigo Jiménez / EFE

Dejemos el odio

Análisis. Si los líderes son incapaces de fomentar la paz, nosotros somos los llamados a bajar la intensidad

A todos nos ha pasado que de vez en cuando se nos “sube la mostaza” por actuaciones o declaraciones de algún político, independientemente de nuestra afinidad hacia ellos. En ocasiones, tendemos a recurrir a insultos, ya sea para apoyarlos o criticarlos. También, nos ha ocurrido que cuando simpatizamos demasiado con un personaje de la política, llegamos a “perdonarle” cualquier tontería que haga o diga.

No es que estos comportamientos sean correctos, sino que los tenemos normalizados, debido a que la agresión tanto en el ámbito personal como en las redes sociales se ha convertido en una práctica común en política, específicamente, en época de campaña política. Sin embargo, no está bien que hagamos de ese comportamiento nuestro estilo de vida.

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Los ecuatorianos llevamos más de 15 años insultándonos entre “correístas” y “anticorreístas”; “nebotsistas y antinebotsistas”; “morenistas”; “lassistas” y sus respectivos antis. Pronto tendremos noboístas y “antinoboístas”.

¿Hasta cuándo vamos a pensar que somos parte de una secta y que nos debemos al pastor, caudillo o mandamás de la manada? Mientras sigamos convencidos de que solo nuestro líder tiene razón y que todos los demás están equivocados, seguiremos acrecentando el odio entre nosotros.

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Ningún político es absolutamente perfecto ni totalmente malo. Ninguno tiene méritos suficientes para ser elevado al cielo, pero tampoco para hundirse en el infierno. Al igual que todos, tienen su propio carácter con virtudes y defectos. Realizan actos buenos y también cometen errores como todo ser humano. Todos ellos sufren sus problemas, conflictos y frustraciones como cualquiera de nosotros; pero no tenemos por qué hacer que sus problemas sean parte de nuestras vidas como si los nuestros no fueran suficientes.

Estas palabras pueden parecer muy lógicas, sin embargo, no las practicamos. Es como si sintiéramos una fuerza irrefrenable que nos obliga a responder cuando alguien en redes sociales o en la tele opina diferente o se atreve a criticar a “nuestro” líder. Inmediatamente, agarramos el celular y le mandamos un “¡#!&X%!” a la primera persona que se cruce por X o aparezca en Facebook.

A veces, incluso sin ninguna provocación, hay quienes deciden agredir a alguien por el simple hecho de haber dicho buenos días. Entonces alguien entra al ataque y lanza un: “Seguramente buenos para ti porque hablas desde tu privilegio, porque naciste en cuna de oro y no necesitas trabajar…”; obviamente, vendrá la consabida respuesta que bien puede ser: “Lo dices porque eres un acomplejado y algo en tu infancia te creó un enorme resentimiento social…”. Y así llevamos 15 años, elevando cada vez más el nivel de odio hasta llevarlo a las acciones.

ObservaciónEl odio irá acrecentándose mientras estemos convencidos de que solo nuestro líder es el que tiene la razón

De ahí nacen las persecuciones, los juicios, las investigaciones falsas o verdaderas, los allanamientos para buscar pruebas montadas, hasta llegar a la violencia física que a veces termina con la máxima expresión del odio: el asesinato.

Un verdadero líder siempre debe estar consciente de su voz. Cuando alguien que tiene influencia sobre más de 4’800.000 personas −como la tiene Rafael Correa−, se expresa, no debe utilizar frases que incluyan la muerte de una tercera persona, ni la suya propia. Lo único que obtendrá es que sus seguidores odien más a esa otra persona y sus detractores lo odien más a él.

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Correa no es el único, caudillos así se encuentran por todas partes. Unos más histriónicos como el argentino Milei, otros más serenos, pero igual de intolerantes como Bukele o Putin. También hay los incultos, como Maduro y Ortega. Todos ellos autoritarios, que en realidad no creen en la democracia, pero que a punta de odio y de crear divisiones entre los ciudadanos, a veces logran llegar al poder y una vez que lo consiguen no quieren irse jamás.

Por estos motivos, si nuestros líderes son incapaces de fomentar la paz y la unidad, si quienes nos dirigen no pueden cultivar una política de diálogo y solo fomentan la división de la sociedad, somos nosotros los llamados a bajar la intensidad de nuestras emociones y no ser tan fanáticos de aquellos a quienes admiramos ni ser odiadores de aquellos en quienes no creemos.

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