Contraste. Olga López volvió a tener casa propia después de meses de esperar por ayuda, pero Víctor Mero Quijije no lográ salir de la miseria.

Unos damnificados celebran el tener un nuevo techo y otros suplican por uno

Las dos caras de una catástrofe que devastó a la provincia de Manabí

Las secuelas del terremoto aún están presentes en Manta y en otras tantas poblaciones de Manabí, que fue la provincia más afectada por el terremoto del 16 de abril.

Los familiares de los 206 fallecidos en Manta, en su mayoría en la zona cero de Tarqui, siguen recordando con lágrimas la mayor tragedia de la que Ecuador tenga memoria en los últimos 100 años.

Muchos perdieron sus casas y con ayuda de las autoridades locales y gubernamentales han logrado, no todos, parar ya no sus cómodas edificaciones, sino pequeños inmuebles que hoy forman parte de ese mal recuerdo. Hay otros que siguen clamando por ayuda.

En la zona cero aún se pueden evidenciar las secuelas de ese nefasto 16 de abril, con las edificaciones en ruinas y los trabajos y conexiones de las tuberías del agua potable y servidas que se realizan desde hace varios meses.

Olga López Anchundia (74 años) y Víctor López (76) perdieron su casa y, por meses, vivieron en una choza hecha con latas de zinc ante su negativa de ir a los albergues oficiales. Recibieron agua y alimentos de personas caritativas hasta que calificaron para el bono gubernamental de construcción de vivienda y les entregaron la casa.

Sus hijos también damnificados, de quienes se habían separado por el terremoto y no sabían dónde encontrarlos, también aparecieron. Por todo lo que han recibido, Olga y Víctor solo tienen palabras de agradecimiento para el prójimo.

“Mis hijos aparecieron después de que alguien nos vio en el periódico y les contó lo que pasábamos. La gente se condolió de nuestro dolor y de nuestras lágrimas, ahora aunque en la misma situación económica, ya tenemos un techo”, dicen.

Pero hay quienes, como Víctor Manuel Mero Quijije (49) y su familia de cinco miembros, que siguen sufriendo por un terremoto que los dejó en la calle.

Con la ayuda de personas caritativas y vecinos viven hoy en una maltrecha casa hecha con caña guadua.

Víctor, de profesión pescador, entre lágrimas cuenta que está pasando los peores momentos de su vida, ya que a veces no puede acudir ni a su trabajo. El lugar donde está actualmente queda a 16 kilómetros de la playa, por lo que debe gastar más dinero en el transporte diario.

“No he sido favorecido con el bono de vivienda. A veces no tenemos ni para comer y peor para trasladarnos de tan lejos al centro de la ciudad. Quiero que alguien me ayude y apague este dolor tan grande que llevamos dentro, es muy desesperante”, indicó Mero Quijije.