
Los cruzados del estero se rinden
Los vecinos de la Kennedy han luchado siete años para recuperar el Salado.
Sus ojos, inflamados de rabia, se clavan en el lecho hollinado y grasiento del estero Salado. El fango despide un denso hedor a azufre, que unge el aire de impotencia en la Kennedy, al norte de Guayaquil. Hoy, como una letanía de despedida previa a la rendición, los líderes de la ciudadela comparten su frustración con EXPRESO.
“Trastornos digestivos, conjuntivitis, verjas corroídas...”. Las quejas vecinales se contaban por decenas cuando Tyrone Portero y Antonio Sánchez asumieron en 2010 la Presidencia y la Secretaría del comité de moradores. De modo que emprendieron una cruzada para recuperar el Salado, que ha llegado a su fin. “Le dedicamos mucho tiempo, pero no recibimos apoyo institucional. Yo me cambié de casa porque siempre tenía afecciones en la vista”, atestigua Portero.
Al mirar atrás, sus recuerdos vuelan directos a la minga organizada hace siete años junto a 500 voluntarios. Fue su primera acción como colectivo. Extrajeron cerca de cinco toneladas de plásticos, llantas y desechos. “Deseábamos limpiarlo y concienciar a la ciudad de su valor”, rememoran.
El diagnóstico parecía claro según ellos, que habían consultado a biólogos y conservacionistas. El origen de los males eran “los desfogues de aguas servidas, procedentes de alcantarillas, y los vertidos sólidos y químicos de empresas”. Unas prácticas que “habían disparado los niveles de ácido sulfhídrico”, considerado el más letal de los gases naturales. Además, el agua se estancaba, de modo que los metales pesados “se depositaban en el lodo”.
En 2011, el Ministerio del Ambiente les bombeó varios tanques de esperanza con la instalación de dos máquinas de superoxigenación. El líquido volvió a fluir y cesó la pestilencia. “¡Vimos peces otra vez! También planteamos dragar el fondo para renovar la arena, aunque no nos hicieron caso”, repasa el secretario.
La nostalgia se transforma en indignación cuando evocan los reveses sufridos. En marzo de 2013, el Ministerio retiró las bombas y la fetidez regresó. Así que se lanzaron a la lucha. En un oficio firmado por 80 vecinos, el comité exigió su recolocación.
La Secretaría de Gestión Marina y Costera les aclaró que el contrato de las máquinas había finalizado, que se implementaría un nuevo sistema de oxigenación y que un laboratorio estaba tomando muestras con el objetivo de determinar los cambios registrados en el ecosistema tras la interrupción del servicio. El estudio incluiría una encuesta entre los moradores. “Que nosotros sepamos, no lo pusieron y no hicieron el sondeo”, afirman ambos.
Cerrada esa puerta, intentaron abrir la del Cabildo con otro escrito. La contestación se demoró diez meses. El 25 de marzo de 2014, el director de Medio Ambiente, Bolívar Javier Coloma, admitió la existencia de “varias tuberías de descarga de aguas lluvias” que desembocaban en el estero y despedían “olores nauseabundos”.
El funcionario señaló que se trataba de un punto contaminante y solicitó a la Empresa Municipal de Agua Potable y Alcantarillado de Guayaquil (Emapag-EP) que, a través de Interagua, verificase si había conexiones ilícitas de aguas residuales. “Nadie nos dijo cómo acabó aquello”, critica el presidente del colectivo.
Portero y Sánchez recurrieron entonces a la última instancia que les quedaba por explorar: la Defensoría del Pueblo. El 27 de junio de 2014, presentaron una denuncia que fue admitida a trámite y notificada al Ministerio del Ambiente; a Proyecto Guayaquil Ecológico, empresa de esta cartera; al Cabildo y su Dirección de Medio Ambiente; a Emapag-EP; y a Interagua.
Hasta en cinco ocasiones, la audiencia se pospuso por incomparecencias. Pero la Defensoría emplazó a las partes a inspeccionar el terreno. “Detectamos manchas de aceite. Era grave”, resalta Portero. “En un ducto de Urdenor había detergente, que venía de las alcantarillas”, añade su compañero.
Ninguno de los dos ha recibido todavía el informe que, a petición de la institución, debía redactar Proyecto Guayaquil Ecológico sobre este ducto y la fiscalización de los equipos oxigenadores. Tampoco el encargado al Municipio e Interagua acerca de las viviendas y compañías que “están contaminando el estero”.
El acta de la audiencia, realizada en agosto de 2015, detalla que todos entregaron sus documentos a la Defensoría, pero recoge muy pocos de los argumentos esgrimidos por los técnicos. A modo de frase lapidaria, figura una del letrado de Interagua, previa a la conclusión del acto: “No existen interconexiones de los sistemas de aguas lluvias y aguas servidas, es decir, no se están evacuando dichas aguas al estero”.
Portero indica que el Cabildo y el Ministerio “se pasaron la bola uno a otro” y que la Defensoría “se lavó las manos”. Por eso, el comité reclamó otro reconocimiento del área para demostrar que el problema persistía y la inclusión del Ministerio de Salud Pública en el proceso, con el fin de investigar las enfermedades. Fue en vano. “Los informes no se contrastaron y no obtuvimos más contestaciones. Aún ignoramos qué empresas vierten residuos”, sentencia resignado el secretario.
Toneladas de basura y recuerdos
En equipo. Hace siete años, el comité organizó una limpieza del estero, a su paso por la Kennedy. Participaron 500 voluntarios, que recogieron unas cinco toneladas de desechos.
El dato
A la espera. EXPRESO solicitó entrevistas al Ministerio del Ambiente, Interagua, la Dirección Municipal de Medio Ambiente y la Defensoría del Pueblo para recabar sus versiones. Por ahora, solo esta ha fijado una cita. Tendrá lugar mañana.