
Un Cristo en cada rincon
Una veintena de jóvenes interpreta a Jesús en los viacrucis del Viernes Santo. Hacer penitencia y transmitir un mensaje de fe son algunas de sus motivaciones
Hoy morirán por nuestros pecados. Hasta ayer, sin embargo, eran estudiantes, conductores, albañiles e ingenieros.
Para personificar a Jesucristo no hay guion establecido y, año a año, el ícono del Viernes Santo vuelve a la vida en manos de hombres y adolescentes que aceptan recrear las últimas horas del Salvador.
Caminan descalzos, caen de rodillas, reciben lanzas en los costados y, finalmente, son elevados a cruces artesanales desde donde dan su último aliento ante centenares de creyentes que los siguen y observan.
Su muerte provoca llanto, un lamento colectivo que marca la atmósfera de los aproximadamente doce viacrucis vivientes que se llevan a cabo en el Puerto Principal.
Pero ya sea en el norte o en el sur, este no es un papel que los ‘Jesuses’ de turno se toman a la ligera.
Rodrigo Ludeña, un ingeniero químico de 28 años, lleva cuatro años repitiendo este papel en la procesión de la iglesia San Francisco. Es uno que acepta por penitencia y por devolverle algo de sí a la fe que sigue desde la infancia.
“Es una experiencia inolvidable. Una manera de sentir a Jesús en tu corazón y de ser agradecido por todo lo que me ha dado”, relata.
Ni el calor ni la multitud lo hacen repensarse la interpretación. Más bien, son alicientes que vuelven su actuación, y su sufrimiento, más honestos.
Carlos Arce, de 21 años, medita y ora durante varias semanas antes de ponerse la túnica con la que da vida a Cristo en la procesión de la Esperanza.
El estudiante universitario ha tenido sus encontrones con la fe y ha asistido intermitentemente a las actividades pastorales de su parroquia. Este sacrificio, dice, lo ayuda a consolidar sus creencias.
“Por trabajo y por estudios he dejado de ir a la iglesia un par de veces. El año pasado retomé las actividades y este año estoy representando a Jesús. Me conmueve muchísimo, porque aunque es un papel difícil, en el que uno se cansa, es hacer una penitencia justa”.
Uno de sus mentores es Joselito Aguiar, quien hizo el papel la primera vez que esta procesión recorrió la vía a Daule hace 25 años.
Darle la batuta a los más jóvenes, y ayudarlos a prepararse para este rol lo llena de orgullo.
“Ver el ánimo que le ponen estos muchachos me llena de alegría. Es ver cómo el trabajo que empezamos hace tantos años da frutos y continúa el crecimiento de la fe”.
En la iglesia San Agustín, en cambio, ‘Jesús’ recae sobre Hólger Herrera.
Para el mecánico de 33 años y fulminantes ojos verdes, la preparación para su interpretación inicia el lunes, con ayuno.
“Siempre he sentido que Dios me llamó para hacer este papel y que, para hacerlo bien, mi vida tiene que reflejarlo. Sería un pecado vivir mal, obrar mal y luego llegar al viernes y actuar su pasión”.
A él, se unen otros. Tomás Rugel, de la parroquia San Juan Diego; Cristhian Ponce, de la iglesia Agua Santa; Roger Jaramillo, de Ángel de la Guarda. Distintas edades e historias, pero una misión en común; la de llevar la fe al pueblo.
El más joven de todos los ‘Jesucristos’ de las procesiones de 2017 es Paúl Loor, de 13 años.
El estudiante, que está por ingresar a segundo año de colegio, solo espera hacerlo bien.
“Los jóvenes muchas veces pensamos que la religión es para viejos, que es aburrida. No entendemos el sufrimiento de Jesús. Quiero que, cuando la gente me vea, sienta ese amor”.
Pastorales, caldos de cultivo del catolicismo
Los viacrucis vivientes se llevan a cabo en la ciudad desde hace más de treinta años. Migraron a la urbe desde la capital. La tradición se implementó con los grupos pastorales de las distintas parroquias, quienes, con el fin de transmitir de una manera más didáctica el sufrimiento de Jesús, decidieron interpretar la Pasión en vivo y en directo.
Los primeros ‘Jesuses’ eran hombres adultos, pero, con el paso de los años, la labor ha sido endosada a los adolescentes y jóvenes de estos grupos. El objetivo, comenta Fernando Rodríguez, líder de la agrupación Juan 23 de la parroquia San Agustín, es que estos se involucren de primera mano en la fe. “Una cosa es saber los preceptos de la iglesia o los mandamientos y otra es vivirla en carne propia”.