
El complejo proceso de vivir el intercambio
La Universidad de Especialidades Espíritu Santo firmó acuerdos con 65 centros de educación superior del mundo. Constan países como Canadá, EE. UU., México e Italia.
Si los ve llegar, no los abrace. Ofrezca, en cambio, un saludo cordial. Suelen asustarlos las excesivas muestras de afecto, pues en sus países aquello de brindar cariño físico a extraños no es una costumbre arraigada.
Lidiar con un estudiante de intercambio tiene un manual complejo. Y la regla del ‘no abrazo’ es uno de los primeros puntos a tratar con las familias anfitrionas. Le siguen charlas de orientación a quienes llegan. Suelen durar una semana y empezar apenas se bajan del avión.
Allí se incluyen temas de salud, seguridad y choque cultural, explica a EXPRESO la directora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES), Andrea Lozada.
La primera semana de este mes, la entidad recibió a 15 universitarios en su tradicional programa de intercambio, al que llegan jóvenes de entre los 19 y 24 años en enero, mayo, junio y agosto. De acuerdo con la agenda, arribaron a Quito, visitaron la ciudad, conocieron la historia del país, su gastronomía y aprendieron consejos de qué hacer y qué no hacer. “No tomar taxis en las calles de Guayaquil está en la lista de estos últimos”.
Durante la inducción se les explica que no llegan a un hotel, que lo que vivirán es una inmersión cultural que será enriquecedora para su experiencia académica, donde deberán compartir responsabilidades. Esa es la condición del programa.
Antes de su llegada, se realiza lo que esa casa de estudios superiores llama “el match”, un test de compatibilidad entre los estudiantes y las familias. Se analizan, entre otros aspectos, gustos gastronómicos y tolerancia a la diversidad de género, pues, aunque sea difícil de creer, la homosexualidad aún es un tabú en nuestro país, admite la funcionaria.
Hay reglas para quienes llegan. No tener las puertas del dormitorio cerradas, no dejar el aire acondicionado encendido y, por sobre todas las cosas, cuidar las llaves de la casa. La paranoia sobre la inseguridad es tan extrema, que si se pierden se cambian todas las cerraduras.
Hay situaciones inevitables en este proceso, y ni siquiera los $ 600 al mes que reciben las familias por acogerlos el tiempo que dura el semestre (unos cuatro meses, en realidad) pueden evitar problemas de convivencia que surgen tras el choque cultural.
Nadie mejor para hablar de ello que María Fernanda de la Torre. Es parte de las 50 familias anfitrionas y desde hace 10 años ha recibido en su hogar, en Samborondón, a jóvenes de Taiwán, Tailandia, Corea del Sur, Suiza, México, Estados Unidos y Canadá.
La casa de María Fernanda está en La Puntilla. Una de las vivencias que recuerda es cuando llegó una joven que no hablaba nunca. Tuvo otro, de Corea del Sur, que no dormía en las noches. Y una pareja que le vaciaba la nevera y, cuando discutía, simplemente dejaba de interactuar con ella.
Pero esos detalles, de los que se habla con la entidad o se intentan solucionar con diálogo, pierden trascendencia cuando piensa en todo lo positivo que le ha dejado esta experiencia, como aprender inglés sin ir a un centro de enseñanza o conocer la gastronomía de otros países.
También hay un valor sentimental agregado. “Cuando ocurrió el terremoto, recibí muchísimos mensajes. ‘Mamita, ¿te pasó algo?’, ‘¿Necesitas dinero?’. Todos de chicos agradecidos que aún recuerdan cómo los recibí. Por supuesto, hay otros que te olvidan, pero también están estos. Es gratificante”.
Cuando llegaron los primeros 15 de este nuevo año, recibió a Hadiyah Ati, una entusiasta canadiense de 19 años que espera perfeccionar su español en estos cuatro meses. Lo hará en el programa ‘Español para extranjeros’, que parte de las actividades que agenda su estadía. Isidro Fierro, decano de la facultad de Estudios Internacionales, precisa que también cumplen horas de voluntariado y, por supuesto, su jornada académica regular.
Hadi, como le dicen en su nueva casa, apenas llevaba una semana en Ecuador cuando accedió a la entrevista con este Diario, pero ese tiempo fue suficiente para llegar a la conclusión de que lo que más le gusta del país es la cultura y que la familia sea importante. Además, le agrada el clima. “¡Por Dios! ¡Si a veces pasamos los 39º!”, se le refuta. “Es que Canadá ‘is very cold’”, responde con una sonrisa.