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Al fin la Colorada halló su identidad

Entre divertido y absorto, el Ecuador asiste a la banalización más radical de la política de la que se tenga memoria

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Candidata. ¿Cynthia Viteri haciendo negocios? ¿Haciendo política? Vendiendo cerveza, en todo caso, que es la forma que encontró para venderse.Cortesía

¿Qué ocurre cuando una candidata a la Prefectura, directora nacional de su partido, exasambleísta de la República y exvicepresidenta de la Asamblea, exministra de Estado, figura pública conocidísima aunque no fuera sino por sus burradas y sus glosas, decide un buen día disfrazarse de Mujer Maravilla con la consiguiente ridiculización de su propio estado físico, filmarse en esas trazas y difundir el video respectivo por todas sus redes sociales? ¿Qué ocurre cuando la alcaldesa de la ciudad más grande, más compleja y más problemática del país (la más desigual, la más violenta) termina convertida por su propia voluntad y con harta alharaca y autocomplacencia de su parte en reclame para una marca de cerveza? Peor aún: ¿en la marca misma? Se suele culpar al TikTok de haber impuesto un estilo desenfadado y frívolo a la comunicación política. Se ha dicho también (profesionales de la publicidad consultados por los noticieros de televisión son de este parecer) que las imperiosas necesidades de reconocimiento y fijación de imagen que impone una elección sobrepoblada de candidatos exigen, a los directores de campaña, la adopción de estrategias de comunicación populares y de gran impacto. Lo que esos profesionales de la publicidad no responden, quizá porque escapa a su área de interés, es la pregunta sobre los efectos de ese estilo de comunicación frívolo y desenfadado sobre la propia política. Cuando esta se convierte en un juego fatuo entre Gokú, la Mujer Maravilla, Vin Diesel y la Colorada, ¿qué queda de ella?

Lo que empezó tímidamente en las últimas elecciones presidenciales con los zapatos rojos de Guillermo Lasso dejó de ser un fenómeno marginal y se ha convertido en la forma dominante (cuando no privativa) de la actual campaña. Entre divertido y absorto (con una vaga sensación de que hay algo en todo esto que no es correcto) el país asiste a la banalización más radical de la política de la que se tenga memoria. De Quito a Guayaquil, de Playas a Guamote, no hay candidato a alcalde, a prefecto o a simple concejal de cuarta línea que no se muestre bailando, cantando, desplegando alguna elaborada coreografía, interpretando un sainete, sazonando un chancho (al que la candidata a la reelección como prefecta de Santo Domingo, Johanna Núñez, llama ternero), vestido de superhéroe o directamente haciendo el imbécil sin atenuantes en videos que si algo tienen en común es haber desterrado la política.

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Los publicistas lucen satisfechos: encuentran que las nuevas estrategias de comunicación son tremendamente exitosas para conseguir la recordación de sus candidatos. Y vaya si lo son: cuando el candidato a alcalde de Quito Omar Cevallos reproduce con cara de velocidad una escena de la película ‘Rápidos y furiosos’, en la que reserva para sí mismo el papel interpretado por Vin Diesel (con quien no tiene otra cosa en común que su total calvicie, del mismo modo que Marcela Aguiñaga no comparte con Lynda Carter sino el hecho de tener dos brazos y dos piernas); cuando el candidato a alcalde de Guayaquil Iván Tutillo interpreta al personaje de los muppets Bip Bippadotta en su personalísima versión de ‘Maná Maná’ (patipi tipi suena, en su caso, dontuti tuti), ambos están asegurándose un sitio duradero en el panteón del ridículo. Sí, lo lograron: son inolvidables. De estos dos personajes destinados a ocupar el pelotón de los que no superan el 1 por ciento de los votos, seremos incapaces de recordar sus nombres, sus partidos si es que algo representan, sus propuestas de campaña si las tienen, seremos incapaces de recordar hasta el cargo al que aspiraban, pero jamás el adefesio en que se convirtieron.

Pedro Pablo Duart, el irresponsable gobernador del Guayas de Lenín Moreno que autorizó un partido de fútbol en las primeras semanas de la pandemia (nunca se sabrá cuántas muertes causó ese despropósito), aspira ahora a alcalde de Guayaquil y, para demostrar sus facultades, se suspende como improbable contorsionista brahmánico entre dos furgonetas: estiradas las piernas hacia los costados (una sobre cada vehículo), el trasero en el aire, el torso erguido, solemne la mirada… Duart compone un gesto de seriedad absoluta que no se compadece con el tamaño de su payasada. Mira, mamá, sin manos. El ‘jingle’ también desentona: es épico y sensiblero, mientras que la ‘performance’ del candidato es ridícula y extravagante. “Es tiempo de crear un Guayaquil nuevo de libertad”, se desgañita el coro entre redobles de batería y ‘riffs’ de guitarra eléctrica. Resulta incomprensible ese retorcido razonamiento según el cual un pésimo gobernador habría de convertirse en buen alcalde nomás porque hace yoga sobre dos carros poniendo cara de pendejo.

El dilema, claro está, es falso. Duart, Viteri, Aguiñaga, Tutillo, Cevallos...; Pabel Muñoz, que trata de verse cómico pese a tener el carisma de una berenjena, fruto de una vida dedicada a la mala sociología; el correísta Roque Ordóñez, que se lanza a la alcaldía de Cuenca con guantes de box y trepando las siete gradas del Municipio de su ciudad al grito de “Ro-cky, Ro-cky”... no están interesados en demostrar que serán buenos alcaldes, buenos prefectos, buenos concejales (no lo serán, de hecho), sino en posicionar, precisamente, la idea de que no importa qué tan buenos o malos puedan resultar. Campaña política vaciada de mensajes políticos; paraíso de los publicistas donde la política se bate en retirada y queda nomás la comunicación pura, la campaña de TikTok supone la inversión de todos los valores. Cuando lo mejor que una candidata puede hacer para promocionarse es convertirse en cerveza (porque entre Cynthia Viteri y la Colorada hay una identidad indisoluble que la propia publicidad subraya) es claro que cualquiera puede resultar electo. Vota por el que se vea más imbécil, parece decir la propaganda.

Desde luego, no hay criterios de calidad ni controles éticos aplicables en una campaña de este tipo. Quizá por eso les gusta tanto. Sobre La Colorada, por ejemplo, hay un océano de dudas que nadie se siente obligado a despejar, al fin y al cabo estamos hablando de cerveza. ¿A quién corresponde la inversión? ¿A la propia Cynthia Viteri, que en tal caso estaría aprovechando las elecciones para posicionar un emprendimiento industrial? ¿O se trata del aporte de campaña de un partidario? De ser así, ¿fue registrado como tal en el CNE? ¿Se está vendiendo esa cerveza y, por tanto, la alcaldesa de Guayaquil ha encontrado la fórmula perfecta de convertir la democracia en un negocio? ¿O se está regalando y, con ello, Viteri se está pasando por el forro el artículo 204 de la Ley Orgánica Electoral, que prohíbe específicamente “entregar donaciones, dádivas o regalos a los ciudadanos”? El envase de La Colorada contiene un código QR que, hasta el viernes por la tarde, llevaba directamente a una página con las propuestas de campaña de la candidata, incluida aquella de regalar gas subsidiado con la plata de todos. Eso cambió: ahora el código QR conduce al video promocional de la misma cerveza, una cuña publicitaria aparentemente típica, con música de ¡Shostakovich!, en la que el mensaje político está encubierto: “una cerveza única”, dice una voz en off, “que conoce realmente a la gente de Guayaquil, puesta en esta ciudad para cambiar la historia”. El video, muy bien producido, no es barato: ¿figura como gasto de campaña en los registros del CNE? ¿O elude esa obligación con el pretexto de que se trata de publicidad comercial? La cerveza de Viteri adolece de la misma promiscuidad entre la cosa pública y los negocios privados que caracteriza toda su alcaldía. La Colorada nunca cambia. El TikTok le ha permitido, por fin, ser ella misma.

  • Todo tiktok. Lo que empezó con los zapatos rojos de Guillermo Lasso dejó de ser un fenómeno marginal y se convirtió en la forma dominante de hacer campaña electoral en el país.

  • Una de dos. ¿Se vende La Colorada y Cynthia Viteri está haciendo de la campaña un negocio? ¿O se regala y está violando el artículo 204 de la Ley Orgánica Electoral?

Demagogia superada

En la lógica de la campaña política de TikTok, los candidatos ya no necesitan hacer ofertas demagógicas para ganar adeptos: basta con que se presenten como unos auténticos pelmazos. Por eso sorprende la oferta lanzada por el aspirante a la alcaldía de Quito por la Izquierda Democrática, Pablo Ponce: organizar un concierto de Bad Bunny gratis. No hacía falta, salvo que esa sea su forma de verse como un pelmazo.