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Los cien Clasicos Ariel

Los cien Clásicos Ariel

Comprometido desde 1966 con Editorial Ariel de Guayaquil, del Lic. Tomás Rivas Mariscal, seleccionó las obras y escribió los prólogos de los cien tomos que compondrían la Biblioteca de Autores Ecuatorianos Clásicos Ariel, a 1.500 sucres cada prólogo, aparte de ciertos derechos que se estimaron en diez centavos por ejemplar que se vendiera después de los diez mil. Para cumplir tan formidable tarea de investigación y crítica (abarcó más de dos mil páginas), trabajó intensamente desde el 69 hasta el 72 en las bibliotecas del país, sobre todo en la de Carlos Manuel Larrea, y desde marzo del 71 fueron apareciendo los cien volúmenes, primero en la sierra y luego en la costa, a razón de uno por semana, tímidamente al principio y luego avasalladoramente; el país comprendió que se trataba del esfuerzo editorial más importante del siglo. Se aceptaron sin discusión los textos seleccionados como los mejores, la crítica que hacía de ellos y los datos biográficos de los autores. Aplaudiose el método generacional empleado y se reconoció su magisterio, que ya no decayó jamás. El volumen UNO contiene el primero de dos tomos de la Historia Antigua del padre Juan de Velasco (hasta ese momento solo había estado al alcance de especialistas y bibliógrafos y salía a un precio bajísimo de cinco sucres y en tiraje de dieciséis mil ejemplares) y el DOS, cuentos escogidos de José de la Cuadra. La prensa anunció un récord en la venta de libros de literatos ecuatorianos que superaba a gran distancia a cualquier otra registrada hasta ese momento (libros tan serios solían imprimirse en ediciones de solo 500 ejemplares o poco más y tardaban muchísimo en venderse). “Uds. han llevado la cultura al pueblo”, dijo el entonces presidente Velasco Ibarra, y Benjamín Carrión saludó la empresa como la aventura editorial más grande de nuestra historia. Los volúmenes siguieron apareciendo, completando la colección de los libros más importantes: novela, cuento, teatro, lírica, historia y cultura del Ecuador. La publicación se interrumpió brevemente por un gran incendio que consumió la planta editora situada en Guayaquil y se buscó nuevo editor, pero la planta se rehizo y los Clásicos Ariel arribaron al número cien. La Comisión Internacional del Año del Libro concedió a Ariel su más alta presea y el Ministerio de Educación la medalla de la Orden al Mérito Educacional, el 14 de julio de 1973. Había nacido el gran crítico, docto investigador histórico y literario que hablaba lenguas vivas, latín y leía griego. En adelante fue buscado por las universidades para dictar cursos y seminarios y por instituciones especializadas como la Cidap (seminario de Cuenca en 1980), la Unesco (París, mayo de 1983), los gobiernos del Ecuador (Quito en 1970 y el 80) y Venezuela (Caracas en 1981), las Naciones Unidas un mes en Bolivia (noviembre de 1979), llamado por el Instituto Boliviano de Cultura para la reformulación de su política cultural, período que aprovechó para escribir en los periódicos de La Paz numerosos artículos de crítica sobre artistas bolivianos y para dar a conocer a autores ecuatorianos. En el número cien de la colección decidió emprender otra aventura intelectual: escribir la gran historia de la literatura ecuatoriana que su amigo Augusto Arias le había solicitado en varias ocasiones, manifestándole que era el único literato ecuatoriano capacitado para hacerlo. Pero comprendiendo la vastedad de la tarea solo pudo sintetizar en dicho tomo la literatura precolombina, la del siglo XVI y la primera parte del XVII, todo en 170 págs. Dedicaría muchos años de su vida a complementar esta tarea, empresa gigantesca y minuciosa antes jamás avizorada en el país, ni siquiera por autores tan doctos como Isaac J. Barrera -cuya Historia de la Literatura Ecuatoriana es valiosa, aunque no pasa de ser una completa síntesis- ni por organismos estatales como el Ministerio de Educación o por entes oficiales como la Casa de la Cultura Ecuatoriana.