Hace 26 años que se formó una leyenda. Ver a sus compañeros cargar el féretro y llorar fue algo que aún hoy es difícil de procesar.

Carlos Munoz, un bromista que se hizo eterno

Hace 26 años que se formó una leyenda. Ver a sus compañeros cargar el féretro y llorar fue algo que aún hoy es difícil de procesar.

Son 26 años que Guayaquil no vive un sepelio tan gigante como aquel con el que fue despedido Carlos Muñoz Martínez. Nos referimos al futbolista de Barcelona que se robó el cariño de sus hinchas y se hizo leyenda con su muerte.

Era 1993. Hablar de internet en Ecuador era como hablar de ciencia ficción. Si hubiese existido, Muñoz hubiese sido tendencia ese año en más de una ocasión. Su último hito en una cancha de fútbol: tres goles ante El Nacional que quedaron en la retina de todos.

De Carlos Muñoz se ha hablado mucho, pero pocos fueron los que lo tratamos. Yo tenía cinco meses de haber entrado a la redacción de EXTRA, era el más pelado, el que iba a los entrenamientos todos los días.

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En ese tiempo los jugadores todavía eran ‘humanos’ y saludaban a quienes los iban a ver trabajar. No me entiendan mal, la cercanía era mayor, no había poses de divo y hasta los que sí podían jactarse de algo tenían una sencillez a prueba de la fama que da el fútbol. Volvamos.

Cada día, no éramos más de ocho reporteros los que pasábamos por el sector del túnel del estadio Monumental todos los días.

Creo que fueron tres entrevistas las que le hice. Una de ellas fue muy ‘lámpara’: Muñoz me bajó el ánimo de todo periodista novato, pero luego me enteraría de la verdad, que Carlos hacía bromas hasta dormido y yo fui punto de una de ellas.

- Carlos, ¿me das una entrevista para EXTRA?

- Yo no doy, yo hablo en la cancha.

- Está bien, gracias.

No sé qué cara habré puesto, seguro la de un joven al que aún sorprendía poder hablar con los ídolos de todo un país.

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No obstante, luego de esa respuesta que me dejó frío, Muñoz se dio la vuelta y siguió. “¡Es broma, tranquilo! Te la voy a dar, pero aquí la figura es Carlos Luis Morales, pilas que ‘Pestañita’ no se enteré que me vas a entrevistar, él man dice que es el más guapo que todos y siempre tiene que salir en los diarios”.

Había caído en unas de las bromas de Muñoz. La entrevista no me la dio ese día, sino la semana siguente.

LÁGRIMAS

El sepelio fue cosa de locos. Yo, aún nuevo en estas lides, nunca había cubierto uno de ellos. Recuerdo que ese diciembre no hubo las típicas notas por el Día de los Inocentes en los diarios. La gente no quería eso, todos nos centramos en el velorio y sepelio de Carlos Muñoz. La multitud que lo fue a despedir opacaba cualquier evento de este tipo visto antes en Guayaquil.

La puerta 1 del Cementerio General de Guayaquil era el lugar escogido. Fue el sepelio más grande, comparado solo con el del cantante Julio Jaramillo y el presidente de la República Jaime Roldós.

Fui directo a la puerta 1, uno de los primeros en llegar. La escalera que usaron para destapar la última morada nos sirvió de sitio.

De lejos se escuchaba el “Carlitos, Carlitos”. En los pequeños callejones del edificio donde iba a ser sepultado paso algo difícil de creer.

Aquellos que había visto sonreír, bromear y jugar estaban vestidos de seres humanos. Ahí descubrí que los ídolos también lloran, que las estrellas se nublan, que son de carne y hueso.

Los jugadores que habían goleado a El Nacional eran los que cargaban a su amigo, esa vez en un féretro. Un José Gavica sudado y llorando, un Carlos Luis Morales (actual prefecto del Guayas) ya sin lágrimas, Freddy Bravo, cansado de cargarlo pero resignado a despedir a la figura que fue Muñoz.

La despedida fue propia de una película triste. Meter el ataúd a su destino final duro cerca de 45 minutos.

La bandera y la camiseta del Barcelona también fueron adentro.

Ver devastadas a las figuras del Barcelona de esos años significó recordarnos que no eran dioses, que ser idolatrado por millones no te hacía inmune al sufrimiento. La alegría de la Navidad y del Día de los Inocentes, había pasado a segundo plano. Carlos Muñoz comenzaba a ser leyenda y dejaba una lección de vida.

El jugador de fútbol puede pasar de la gloria deportiva a la gloria eterna en cuestión de minutos. Todo depende si no se le cruza un accidente de tránsito en su vida.