Viaje. El tiempo para regresar a casa se limita a las 23:00. A esa hora en la terminal de Guayaquil se evidencia la ausencia de buses.

El ultimo bus de la noche

Las personas que realizan esta travesía diariamente tienen poco tiempo para pasar con su familia, pues la prioridad es estudiar o trabajar y el resto del tiempo van viajando.

Después de las 22:00, para cientos de pasajeros de la terminal terrestre se inicia una angustiosa cuenta regresiva. Los buses hacia los cantones vecinos disminuyen y con ellos la esperanza de retornar pronto a casa. A esa hora, los estudiantes de colegios y universidades son los más apurados por comprar su pasaje, antes de que el último bus emprenda su recorrido.

Hasta el 2014, Guayaquil tenía una población flotante de casi 500 mil personas, según el último estudio del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Es decir, quienes no residen en la urbe pero diariamente llegan a ella por cuestiones laborales o de estudios.

Vivir en una ciudad y estudiar en otra es un desafío que muchos deben enfrentar.

Los vehículos de transporte intercantonal e interprovincial son la única opción de regreso a casa de aquellos que viven fuera de Guayaquil y quieren retornar a sus hogares. Sobre todo, los estudiantes de escasos recursos económicos.

Elvis Sigüenza, alumno de la Universidad de Guayaquil, recuerda una anécdota. Él viaja desde el cantón Naranjal al Puerto todos los días. “Una vez perdí el último bus y tuve que comprar un pasaje directo hasta Machala para quedarme en media carretera. Me costó 5 dólares, cuando el pasaje como estudiante cuesta 1,5”.

Asegura que después de eso trató de no volver a perder el carro, así le quedaran los deberes inconclusos en Guayaquil.

Solo en la Universidad de Guayaquil más del 21 % de los 60 mil estudiantes son de fuera de la ciudad. Como Brigette Castillo, quien vive en el cantón Samborondón. Ella recuerda un día en que por motivos de deberes en grupo, llegó unos cuantos minutos después de las 23:00 a la terminal y ya no alcanzó el último vehículo de la cooperativa CISA. Oriunda de Esmeraldas, casi nueva en Guayaquil, no tenía a quién recurrir esa noche para que le diera posada. Además, debía levantarse temprano para volver a clases al día siguiente. Tuvo que gastar $ 10 para un taxi del limitado presupuesto mensual para la vida que lleva como estudiante en una tierra que no es la suya. El pasaje en bus le cuesta solo un dólar.

En la terminal terrestre, conductores y ayudantes de los vehículos conocen la situación. Uno de ellos, quien maneja un transporte de la cooperativa Ventanas, asegura que uno de los destinos a donde siempre van y vienen muchos estudiantes es Babahoyo, capital de la provincia de Los Ríos. Son alrededor de dos horas de viaje, cuatro horas diarias para los que vienen y regresan el mismo día. “Para esa ciudad la fila siempre es larga, el carro va lleno y van hasta parados los estudiantes”, comenta.

En el largo pasillo donde las cooperativas con sus ventanillas venden los boletos a los diferentes destinos, los rostros de hombres y mujeres muestran la impaciencia y preocupación por quedarse sin tiques. Al llamado de los vendedores, “Venga, venga, que sale el último bus, ya está por arrancar”, apresurados, hay quienes suben de prisa las escaleras eléctricas y otros corren con su mochila en el hombre como si no les pesara, para así alcanzar el carro que los devuelve a casa.

Si se trata de buses a los que no les quedan asientos vacíos, hay algunos en la lista: los que van a Salitre, Milagro, Santa Elena, Daule, Nobol y Santa Lucía, cantones de los que cientos de personas llegan a cumplir un horario diario a Guayaquil.

Por ejemplo, Quinny Olmedo se traslada todos los días desde Santa Lucía por estudios. Tiene mucho tiempo realizando el viaje, pero le preocupa su actual situación: hace seis meses se casó y en poco tiempo será madre. Hasta ahora ha vivido en su pueblo porque trabaja en el Municipio y ama su tierra. Pero planea radicarse en Guayaquil e intenta con su esposo poder construir una casa para evitar el traslado diario. Por el trajín que lleva se le van las horas y solo tiene el domingo para pasar con su familia.

Su última esperanza sale a las 22:25. A esa hora debe estar embarcada en el medio de transporte, algo que a veces no logra. Por suerte, su hermana reside en Guayaquil y le da cobijo cada vez que el tiempo no le alcanza para terminar el día en casa.

Para la salida del último transporte la ausencia de buses en los andenes es evidente, y la presencia de pocos pasajeros se mantiene.

Fabricio De La A pasó toda su época universitaria trasladándose cada viernes de Guayaquil a su tierra natal: Playas. Él debía viajar porque trabajaba en la playa y así obtenía los ingresos para continuar sus estudios. Cuando no alcanzaba el último bus que salía a las 21:15, le tocaba regresar a Durán, donde tenía una casa, y además perdía un día de trabajo. Algunas veces por la desesperación tomaba un taxi hasta el peaje con el objetivo de alcanzar otro bus.

Otros, en cambio, recién están empezando a vivir esa historia. En la terminal terrestre Tony Naranjo, de 16 años, se apresura a comprar un tique en la boletería de la cooperativa Salitreña. Necesita llegar temprano a casa para que sus padres no se preocupen. Con el uniforme estudiantil, el vendedor le hace un descuento. El adolescente, quien se educa en el colegio Nueva Semilla se dirige a la parroquia La Aurora, del cantón Daule.

El recorrido desde su zona de residencia a la terminal de Guayaquil le lleva una hora, más otra de regreso. Tony tiene una ventaja: sale de clases a las 18:00 y su última opción es el bus de las 23:00. Pero se queda sin palabras, con sorpresa, cuando se le pide imaginar qué haría si algún día no alcanzara ese último carro.

Perder el bus es duplicar el gasto

Jennifer Arreaga estudia en la Universidad en Guayaquil, pero vive en Salitre. En varias ocasiones ha perdido el último bus para regresar a su hogar. “Cuando me ha tocado quedarme en la ciudad, llamo a una tía para que me dé posada”.

Sin embargo, lo que más le preocupa es el dinero. “El problema es el presupuesto, porque como no tengo planeado quedarme, y siempre ando con lo justo porque no me alcanzaba para más, debo prestarle a unos amigos y eso es muy incómodo para mí”. Gasta alrededor de $ 5 diarios y cuando pierde el transporte esa cantidad se duplica. Cuando se ha quedado ha sido por cumplir con deberes en grupo.

Ella necesita el dinero prestado para tomar un taxi hacia el domicilio de su familiar, al día siguiente volver a la universidad, comer, poder tomar nuevamente el bus a la terminal y por fin llegar a casa.

Para ella, lo más agotador de todo es la larga travesía, pues debe tomar tres buses diarios para llegar a la universidad.