Diversión. A un costado están las mesas de microtenis. Es el sitio más visitado. Al fondo se encuentra la sala de boxeo.

Brasil vivio su fiesta en box

Los graderíos de metal temblaban. Parecía que en cualquier momento se iban al piso. Pero la gente no paraba. Golpeaba al suelo con los pies y gritaba “soy brasileño con mucho orgullo”, al tiempo que flameaba la bandera.

Los graderíos de metal temblaban. Parecía que en cualquier momento se iban al piso. Pero la gente no paraba. Golpeaba al suelo con los pies y gritaba “soy brasileño con mucho orgullo”, al tiempo que flameaba la bandera.

La alegría era inmensa. Los cinco mil aficionados que se tomaron el coliseo de box festejaron eufóricamente el oro olímpico que obtuvo el local Robson Conceicao, en los 60 kilos.

Como ocurrió en otras disciplinas, las barras se comportaron como si estuvieran en un partido de fútbol. Los cánticos de la selección de Brasil se repetían durante su pelea. Cada golpe conectado al francés Soriano Oumiha se lo gritaba como si se trataba de un gol.

Para los brasileños, la fiesta del box inició temprano. Acudieron a mirar las peleas de cuartos de final en otras categorías. En cada batalla, ellos elegían un bando, generalmente se inclinaban por países cercanos. Aunque, todo cambiaba cuando aparecía un argentino. Ahí la cosa se volvía un asunto de Estado. Abuchearlo todo el tiempo y criticar cualquier movimiento suyo era algo instintivo. Para su fiesta, el albiceleste Alberto Melián perdió con el uzbequistaní Murodjon Akhmadaliev, en la categoría 56 kilos. La pararon por su protección. “Eliminado, eliminado, eliminado...”, corearon todos los brasileños mientras bailaban.

La organización también ayudó a que todo sea mucho más festivo. En el descanso de cada pelea se activaba la cámara fan y el aficionado que era enfocado estaba en la obligación de bailar al ritmo de la samba. No importaba la nacionalidad, había que moverse como sea. Ninguno se atrevió a quedarse quieto. Los europeos hicieron un gran esfuerzo para mover la cadera.

Otros se tomaron el apoyo al boxeador Robson muy en serio. Fabio y Luis fueron con batas de boxeadores, estuvieron con guantes y con la bandera brasileña. Cada que alguien iba a fotografiarles empezaban a bromear con intentos de pelea.

A medida que pasaban los combates, la fiesta se disfrutaba más. Eligiendo bandos y molestando a los argentinos el tiempo pasó en Riocentro hasta que llegó la hora esperada: el combate de Robson. Esa pelea la miraron todos de pie, saltaron, gritaron, se comieron las uñas y hasta se abrazaron. El oro fue para ellos el mejor cierre de toda una tarde en la que gastaron toda su energía. Claro, les quedó un poco más y la utilizaron cantando a todo pulmón su himno, tras la ceremonia de premiación.