
Barrios sin su origen botanico
Varias calles de la ciudadela llevan nombres de especies maderables como Cedros, Bálsamos, Jiguas, Laureles, entre otras. En el caso de la balsa, solo queda una especie en el parque lineal de Urdesa.
En Guayaquil existen muchos barrios y calles que llevan el nombre de árboles que ya existían en la zona cuando estos empezaron a construirse. Sin embargo, ese origen botánico ha ido mermándose con el tiempo.
En sectores como Samanes, Guayacanes, Guasmos, Ceibos o Acacias son pocas las especies que aún permanecen intactas y que han sobrevivido al desarrollo urbano de la ciudad, pero que a decir de especialistas y moradores, le dan un alto significado de identidad.
“En la avenida principal de Guayacanes sí hay aún un parterre con guayacanes florecidos y en Los Ceibos todavía hay varios de ellos, pero no podemos decir lo mismo de los Guasmos”, menciona James Pérez, director del Jardín Botánico.
En Las Orquídeas y en Sauces pasa lo mismo, no hay especies alusivas a su nombre o si realmente las hay son tan pocas que pasan desapercibidas, lamenta el guayaquileño Juan de Dios Morales, magíster en Ecología por la Universidad de Melbourne (Australia).
“Nos hemos encargado de ponerle a las ciudadelas nombres muy nativos, pero también nos hemos encargado de ningunear a la naturaleza. Esto es, que la hemos hecho representativa desde un punto de vista físico, de nomenclatura, y no porque en ellas se observe determinada especie”.
A decir de Morales, el hecho de que ya no existan esos árboles en los vecindarios está ligado a diversos factores. Al hecho de tener que ser replantados en otras áreas porque rompen el cemento y los parterres (los árboles nativos, asegura, son expertos en romper rocas), y al crecimiento urbanístico y sobre todo la falta de planificación. “Podemos ver que la ciudad se ha desarrollado según las vías y no según las viviendas, como debería”, explica.
En muchos de los parterres regenerados de la ciudad, el Cabildo ha colocado palmeras que han sido cuestionadas por ambientalistas en reportajes anteriores, debido al poco aporte de oxígeno. Un debate que surgió nuevamente luego de la tala del ceibo que estaba en la estación de la Aerovía de Julián Coronel.
Sin embargo, el alcalde Jaime Nebot defiende su instalación. “Las palmeras no son una novelería. Es ignorar el tema decir que vienen de Miami. En los grabados y pinturas más antiguas que tiene Guayaquil, desde un anónimo de 1790 hasta Chartón en 1849, están dibujadas las palmeras. Y no una que otra, la palmera prima, de manera que la palmera es endémica, una especie igual que el guachapelí”.
Una versión que no es compartida por la bióloga Natalia Molina, autora del libro ‘Árboles de Guayaquil’. “No hay palmeras endémicas de la ciudad, hay una confusión con el término endémico... En la costa de Ecuador hay siete especies de palmeras endémicas, pero ninguna está sembrada en Guayaquil. La gran mayoría de palmeras que tenemos son de Venezuela, de Colombia o de Centroamérica”, precisa.
La experta señala que es necesario tener un plan maestro de áreas verdes para recuperar la diversidad natural del bosque seco. “Entiendo que es importante la estética. No es la idea tener cerro blanco en medio de la ciudad, pero sí puedo tener diferentes especies idóneas para cada espacio”.
Para Mariuxi Ávila, activista del colectivo Cerros Vivos, sería viable que los árboles sean devueltos a los vecindarios para fortalecer incluso la identidad y el nombre del sector. “Habrá que buscar el lugar, pensar en si va o no a destruir una calle porque efectivamente no creció con las construcciones ya levantadas”.
Lo ideal sería, explica, es que se coloque uno, dos, tres árboles endémicos en los parques, barrios y espacios públicos de los vecindarios. “Hoy hay ciudadelas que tienen nombres de árboles endémicos, pero que ya no tienen ninguna especie”. (DSZ/CBS)
Expertos dicen que el ceibo y la Aerovía no podían convivir
Hay posiciones radicales relacionados con la reciente tala —hace nueve días— del ceibo ubicado en la intersección de avenida Quito y Julián Coronel. Una de estas la sostiene Molina, también docente investigadora de la UEES: “No caben los ceibos en los parterres”.
La catedrática se refiere a la existencia de este tipo de árboles, con enormes copas y raíces profundas. También hay quienes consideran que la reacción de ecologistas, es solo la punta de iceberg.
“Es una disputa de más fondo entre ambientalistas y Municipio”, afirma Patricia Sánchez Gallegos, arquitecta investigadora de la Universidad de Guayaquil. Se refiere a que los activistas “demandan una política ambiental de siembra de árboles, no tala de los existentes. Si hubiera una política ambiental la tala de un árbol pasa desapercibido; pero en una ciudad donde los árboles se cuentan con los dedos de la mano y que lo corten, es terrible”.
La bióloga Molina, hace referencia a un hecho histórico: “La ciudad creció y sigue creciendo sobre ecosistemas de manglar y bosque seco tropical”.
Es más, hace la interrogante de cuántos árboles se han talado para que Guayaquil tenga el desarrollo urbano actual. “Te has preguntado sobre ¿qué árbol se construyó la casa donde vives ahora?”.
Lorena de Janón, una urbanista que formó parte del estudio para la ejecución del sistema Metrovía, considera que “siempre se puede y se debe buscar una solución arquitectónica respetando el medio ambiente”, que hoy, más que nunca y de cara a enfrentar las consecuencias del cambio climático, es “imprescindible preservar lo verde, aunque sea de manera simbólica, como el añoso ejemplar de ceibo” de la avenida Quito.
Por su parte, Jaime Acevedo Gutiérrez, urbanista y consultor independiente, reconoce la importancia de una planta como el ceibo talado, pero entiende que por mantenerlo en ese lugar, no se puede impedir el desarrollo de una ciudad. “Lo importante es que se remplacen, que haya necesidad de trasladar o plantar. Los ecologistas pueden tener razón en algo, pero no puede impedir la ejecución de un proyecto”.
Cree que es importante defender, pero tampoco llegar al extremo de impedir el desarrollo de un proyecto que mejorará la calidad de vida de más de 40.000 personas, quienes se beneficiarán con la reducción de hasta dos horas diarias en sus viajes de la casa al trabajo. RGS