Barrios que mutan
El éxodo de familias del Centenario, Los Ceibos y Urdesa apunta a alterar la identidad del sector. El uso de las casas se modifica.
Los barrios son tradicionales, exclusivos y aparentemente seguros. Las viviendas son imponentes, lo tienen todo cerca, están rodeadas de parques, centros comerciales, farmacias, escuelas. Hay vida comunal, pero aún así las familias se van.
En el Centenario, Los Ceibos y Urdesa, tres ‘ciudades’ satélites, independientes en servicios, la venta de casas se ha incrementado en los últimos diez años. Al menos así lo dicen los expertos. Y lo confirman las decenas de letreros de ‘Se vende’ que cuelgan, cada cierta distancia, en las fachadas de los inmuebles, y los anuncios que uno encuentra en la web.
A juicio de tres arquitectos y urbanistas guayaquileños, las nuevas tendencias habitacionales, sumado a la falta de proyectos urbanísticos y la vetustez de ciertas viviendas, ha obligado a las familias a migrar a la vía a la costa, Salitre y Samborondón, en crecimiento. ¿Qué ha pasado entonces con la identidad de los barrios? ¿Se ha perdido? No, coinciden todos. Las nuevas formas de vida los ha obligado a mutar.
“Urdesa, por ejemplo, por ser un sitio netamente comercial, donde las grandes casas -como ya se percibe en la calle Circunvalación Sur, repleta hoy de restaurantes, bares, mueblerías- terminará siendo una zona de negocios”. Ana Solano, urbanista, analiza cada sitio de forma individual. Y apunta además a que el Centenario, el primer barrio residencial de la urbe, se convierta en una barriada de viviendas fraccionadas.
“Allí los domicilios son enormes. Lo más viable, como se está haciendo desde hace poco, es que estos se reconstruyan y empiecen a ofertarse como apartamentos o piezas”.
La zona lo permite, sostiene Felipe Huerta, ingeniero y arquitecto. “Por ser un barrio regenerado, los buses no pasan en demasía por las calles transversales, ni se perciben los embotellamientos que afectan a los vecinos de Urdesa”. La falta de planes viales instó a las familias de este sector a irse. “En el Centenario aún existe la posibilidad de conservar el barrio residencial, pero con otros habitantes, quizá parejas jóvenes que buscan vivir en lugares bonitos, pero más económicos”.
Samira Sarmiento, de 67 años, está jubilada y tiene en mente adquirir una vivienda en las calles Bogotá y Miranda, al sur, para convertirla en pensionado estudiantil. “La vivienda cuesta $ 170.000 y tiene seis dormitorios. El barrio es tranquilo y, en relación a otros, barato. Entiendo que es por las conexiones, que son bastante viejas, pero voy arriesgarme”.
Con respecto a Los Ceibos, que a diferencia de las otras dos zonas, tiene más viviendas en alquiler que en venta, Solano maneja la hipótesis de que si bien algunas familias de prestigio se han ido, otras con las mismas características llegarán. “Los Ceibos sigue siendo Los Ceibos. Es ordenado, tiene plazas comerciales, gastronómicas, financieras, vida nocturna, ‘estatus’. La gente quiere asentarse allí”.
De hecho, agrega el máster en planificación urbana Héctor Hugo, las constructoras se han inclinado por levantar viviendas verticales de tres o cuatro pisos. “Y como tienen salida, cada vez vemos más este tipo de obras”.
En el año 2000, con la crisis que vivió el Ecuador, agrega Solano, decenas de habitantes de Los Ceibos vendieron sus casas para adquirir otras más pequeñas. “Ahora estos o sus hijos quieren regresar. Les queda en la mente los recuerdos de lo que fue un barrio bonito... Podríamos decir que la ciudadela está pasando por un proceso transformacional”.
CAUSAS DE LA ‘MIGRACIÓN’
Entorno. En las calles Ébanos, Costanera y Las Lomas, en Urdesa, hay decenas de viviendas ofertándose.
Para Huerta, la degradación de ciertas zonas ha obligado también a las familias a irse. La infraestructura, el tráfico son factores que pesan, advierte. Y en ese sentido Urdesa, pese a ser un “sector atractivo”, ha perdido a su gente luego de haberse convertido en un espacio de transición vehicular. “Sus vías principales y transversales soportan enormes dimensiones de tráfico y como no se ha elaborado un plan idóneo para mitigar el problema, su gente se ha ido.
Para Huerta, otro de los factores recae en la falta de iniciativas para recuperar el Salado. “Antes era un punto de encuentro, uno de los balnearios más visitados. Hoy solo emana olores desagradables y eso también influye en la ida”.
Solano, por su parte, hace hincapié en la migración por razones familiares. “Si las nuevas generaciones, que hoy optan por vivir en urbanizaciones cerradas, alejadas del ruido y en zonas de ‘moda’, los abuelos, los fundadores del barrio, por citar un ejemplo, también se movilizan para seguir a sus hijos”.
“Hoy por hoy los clanes no quieren gastar tanto dinero en mantenimiento de cañerías y tuberías obsoletas, como pasa en el Centenario. Prefieren irse a la periferia de Guayaquil...”. Aunque eso implique, dice Huerta, acostumbrarse a los constantes embotellamientos de las zonas.