Grupo. Aunque las integrantes de este club suman 15, por sus horarios de labores no todas coinciden.

Un arbol es la sede del ‘club de las domesticas’

Nadie las convocó. Ni siquiera se ponen de acuerdo acerca de si hay una fecha precisa de la reunión inaugural. Alguien dice que esta se dio hace dos años, aunque existe una testigo de por medio que menciona otra fecha.

Nadie las convocó. Ni siquiera se ponen de acuerdo acerca de si hay una fecha precisa de la reunión inaugural. Alguien dice que esta se dio hace dos años, aunque existe una testigo de por medio que menciona otra fecha.

“Ellas comenzaron a reunirse aquí hace cuatro años”, dice Alexandra Estrella, quien hace más de un lustro montó su negocio informal de comida exprés a la sombra de un enorme algarrobo, a la altura del kilómetro 13 de la vía a la costa.

Mientras hace una pausa en la atención a sus clientes que a eso de las 06:40 de un viernes reciente ya están camino a sus labores en alguna de las urbanizaciones ubicadas en un tramo de 15 kilómetros de la autopista, explica que “son 20 empleadas las que se citan aquí antes de seguir a sus trabajos”.

La cita se da desde las seis y media. Es también una manera de enfrentar juntas el riesgo de cruzar la peligrosa autopista.

Alexandra, quien habita en la cooperativa San Francisco, en la vía a Daule, ofrece en este lugar, al pie del paradero de dos rutas de buses que circulan por esta vía, desde un simple café con pan hasta bollos, encebollado y arroz con menestra.

Johanna Angulo es una de las integrantes de esta especie de club no oficial de las asistentes domésticas. La costumbre es reunirse unos minutos antes de seguir camino a sus obligaciones. “Aquí conversamos más sobre nuestras vidas. No mencionamos para nada lo de nuestros trabajos”, afirma.

“No hay para qué”, dice Pilar Arreaga, quien labora en la ciudadela TerraNostra. Antes lo hizo en urbanizaciones de la vía Samborondón. En el caso de Johanna, en algún momento se desempeñó como masajista en un hotel 5 estrellas de la ciudad. “Me despidieron y no pude volver a ocuparme en eso”.

Aunque no lo reconocen, mientras hacen esta casi obligada parada a la sombra del viejo algarrobo, se dan tiempo para comentar sobre cómo les fue preparando la comida del día anterior y hay quien intercambia experiencias sobre una determinada receta.

Provienen de distintos sectores. Hay quienes llevan toda una vida laborando como domésticas. Es el caso de Fátima Pilligua, quien habita en Las Rocas, una cooperativa en la parte alta de la ciudadela Martha de Roldós. “Desde los 10 años trabajo en casas. Así eduqué a mis dos hijos”.

A eso de las ocho, el área donde se estacionan el grupo de mujeres queda solo con los clientes habituales de Alexandra Estrella. Para entonces, el club de las domésticas habrá cerrado su sesión diaria.