Apertura de actas

Ha finalizado una tensa campaña electoral, con cuestionamientos, pasiones exacerbadas, no exenta de campaña sucia. Se impone, al menos, un cambio en el estilo de gobernar, en el modelo de gestión. El presidente saliente implantó un Estado omnímodo como supremo juez de las actividades de las personas, eso explica el abierto e ilegítimo apoyo dado al candidato oficial por instituciones públicas, lo que le otorgaba considerables ventajas en la contienda.

Si se contabilizan votos blancos y nulos, ningún binomio obtuvo el respaldo del 50 % de votantes y se justifica que se abran las actas. En situación tan crítica como la que vive el país, muy dividido, confrontado, no le queda espacio al nuevo gobierno para imponer creencias personales o de su entorno cercano, es imperativa una moratoria política con amplios diálogos, no para repartir canonjías. Primero debe recuperarse la plena vigencia de un Estado de derecho, con una función Judicial y organismos de control independientes; reordenar la economía, respetar derechos humanos, especialmente una libertad de expresión sin coacciones, ni amenazas de sanción por informaciones que desagraden al gobierno; sometimiento a la Constitución y leyes evitando resquebrajar la democracia.

Hay deudas que inaplazablemente deben ser atendidas: a) establecer sin concesiones la identidad de quienes perjudicaron al país aprovechándose de recursos públicos con prácticas mañosas, como sobreprecios, chantajes para recibir coimas, lavado de dinero, enriquecimiento no justificado, nepotismo; b) con la cooperación del emprendimiento privado fomentar el empleo, que ha caído bruscamente estos últimos años; c) imponer austeridad y reprogramar la abultada deuda pública para aliviar la liquidez fiscal. Como eje transversal realizar todo esfuerzo posible para que el Ecuador se unifique, se reencuentre con sus tradiciones, su diversidad geográfica y su gran riqueza étnica-cultural. Es hora de anteponer el patriotismo, hay que construir un alma nacional, sin lo cual nunca dejaremos de ser un país imaginario cruzado por una línea equinoccial, también imaginaria.

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